Pensar y pensar, escribir y escribir: Sobre el curso Pensar el poema, de Azahara Alonso


Hace un par de semanas comenté con un amigo lo importante que es tener una buena rutina semanal. Que el lunes sea piadoso, que el martes no te machaque demasiado: que Sísifo no solo arrastre la piedra sino que también pueda tumbarse a la bartola un rato. Sin culpa. Sin prisa. Que pueda usar la cabeza para pensar además de para decir sí. Que pueda usar los músculos para meter canastas, por ejemplo, además de para arrastrar el cuerpo por la jornada laboral, de la cama al escritorio, del escritorio a la cama.

Afortunadamente, el año pasado descubrí los cursos del Centro de poesía José Hierro. Hace tiempo que el impulso poético no sale tan potente como hace años y por eso pensé en inscribirme en algún curso de poesía para poder mantenerme en forma con las palabras, para recibir nuevos aires, escuchar voces de compañeros que estuvieran en búsqueda, compartir esa pasión, aprender con los demás, descubrir a nuevos poetas.

El curso se llamaba Pensar el poema, estaba dirigido por Azahara Alonso, y duró todo el curso académico, de octubre a junio. El curso consistía en unas lecciones de poesía y filosofía sobre diferentes conceptos que dan que pensar y dan que escribir (el trabajo, el tiempo, la muerte, etc.) . Porque precisamente en eso consistía el curso, recibir contenido teórico y práctico para que luego, después de darle vueltas y vueltas a la pecera de las ideas y de la escritura, pudieramos pesar algún poema abisal para compartirlo en clase. Sorprendidos, temerosos e ilusionados por nuestro descubrimiento, porque en la mayoría de los casos (así lo veo yo), existe cierta inconsciencia en esta escritura poético/filosófica.

En este curso, además de unos compañeros talentosos y humildes, estaba la profesora, que supo cómo nutrirnos con las lecciones para que nos sintiéramos motivados para hacer poemas diferentes a los que solemos hacer, para poder salirnos de la escritura cómoda en la que los años de escritura nos han ido hundiendo. De hecho, en junio de 2022 terminé un poemario muy influido por los temas que tratamos en clase y que saldrá en algún momento a la luz (espero).

Este año 2022 he vuelto a apuntarme al curso porque, como decía al principio de este texto, es muy importante moldear la semana a nuestro antojo antes de que seamos moldeados por ella. Este año, mantener hábitos saludables para nuestro cerebro como escribir poesía o sumergirse en las teorías de Kant, Nietzsche o Bachelard, nos mantendrán en forma para que la suciedad de este mundo no nos lleve por delante. O al menos que tengamos una barricada de palabras para hacerla frente.

Sobre la polémica de Sabina, ser de izquierdas y otros jaleos

He estado leyendo –no mucho, la verdad, porque el hecho en sí es ínfimo comparado con el ruido que ha generado– la polémica que han generado las palabras de Sabina:



«Todas las revoluciones del siglo XX fracasaron y en el siglo XXI solo ha funcionado la del feminismo y lo LGTB… El fracaso del comunismo ha sido feroz, ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»



Particularmente ese:



«ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»



y es que, según mi punto de vista, hay desde hace tiempo una dicotomía dentro de la izquierda, que se basa en poner los fines por delante de los medios o los medios por delante de los fines. Así, básicamente. También podríamos irnos a la discusión entre Camus y Sartre sobre la condena a Bulgákov y la legitimidad moral de los gulags.

Y, en este sentido, para mi el dogma, el catecismo y el ideal comunista, anarquista, feminista o revolucionario hace tiempo que no los considero de izquierdas. Si tus reglas apuntan y exigen un disparo sobre parte de la población, –muchas veces literal– por no ajustarse a tu modelo teórico, ideal de sociedad, para mí no es considerado un modelo de izquierdas. Para mí, que me considero anarquista, el modelo ideal es el democrático. Un modelo justo, igualitario, fraternal, en el que la fuerza de los menos derrote a la fuerza de los muchos, pero a través de la razón, nunca de las bombas. Por eso siempre estaré en el lado de Camus, en el de Mayakovski o Lorca, pero también en el de Melchor Rodríguez.

Por eso, y volviendo a la polémica de Sabina para remedar lo dicho,



«ya no soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»

Mucho mejor:

«soy tan de izquierda porque tengo ojos, oído y cabeza para ver lo que está pasando. Y es muy triste»

Porque sí, claro que es triste que se rompan las revoluciones, los anhelos de justicia contra el fascismo, el racismo y la injusticia, pero no podemos subirnos al trampantojo de la violencia para combatirlo. Porque no habremos conseguido nada, porque en el momento de acabar con otra vida para estar más cerca del objetivo no seremos libertadores sino tiranos, no seremos humanistas sino asesinos y ya nunca tendremos espíritu crítico sino una meta, un objetivo y un poder que conseguir… y defender.

Día de las bibliotecas


Es una excusa, básicamente. Poco más. Que sea el 24 de octubre o el 3 de junio, da un poco lo mismo. O no. No da lo mismo, porque fue un 24 de octubre, pero de 1992, cuando se destruyó la Biblioteca de Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes. El que ataca la memoria, la humanidad que se recoge en una biblioteca, ataca a toda la humanidad. Sin importar el contenido de esos libros.

Intenté ser parte de esa comunidad de bibliotecarios heroicos que luchan por la lentitud y el sosiego en un mundo fugaz y pobre, en el que la información pasa silbando como balas de olvido. Sin embargo, y pese a que estoy en varias listas a la espera de ser llamado, no he podido ser bibliotecario. Aquí os dejo una entrada que escribí hace tiempo sobre las oposiciones:

https://jorgegarciatorrego.blogspot.com/2020/10/las-bibliotecas-y-yo.html

Y es que las oposiciones son un proceso muy esclavo, muy castigador, y preferí la seguridad de un puesto de trabajo en la universidad (donde ahora trabajo) al sueño de custodiar y acompañar a libros y lectores.

Seguiré, eso sí, con la ilusión de que en un futuro próximo pueda volver a estudiar e incorporarme a una biblioteca. Mientras tanto, celebro a las bibliotecas, a los bibliotecarios y a todos aquellos que aún hoy, en este mundo de ansiedad y ruido, seguimos pensando en las bibliotecas como lugares sagrados.

Poesía viva: la visita de Zurita


Podría decir que ayer, día 29 de septiembre de 2022, fue uno de los días más felices de mi vida. De esta manera mi crónica sería más redonda, brillante y poderosa. Pero faltaría un leve detalle, y es que sería falso: ayer no fue uno de los días más felices de mi vida. No.

Ayer estuve en Casa América en la presentación de la reedición de Anteparaíso, el poemario que Zurita escribió, sufrió y publicaron hace 80 años y que ha sido recogido y reeditado por Lumen. El caso es que ahí fui, solo, como me suele pasar en estos actos, aunque me encontré en el público con el poeta y profesor Gonzalo Escarpa y acompañaba a Zurita en la presentación mi amiga y poeta Sonia Betancort.

Zurita, con sus poemas poderosos:

Queridos poderosos, queridos humildes

Cuando todo se acabe quedarán tal vez
estas algas
sobrevivirán a las marejadas, a los siglos
y a los sueños
Como perdurarán a los poderosos, a los
tercos de corazón
y a los hombres que nos humillan
estos poemas de amor a todas las cosas

La vida nueva, 1994

o por ejemplo:

In memoriam: ahogados
La pizarra acaba de ser borrada en
el ático y el viento desvela la luz de
las estrellas. Alguien lo encontrará,
alguien lo sabrá.

Y si en algún lugar de este planeta
enorme se descubre la verdad,
una franja de ella, secada, glaseada
por el sol, quedará colgando de tu
propia infamia.

Y nadie se verá beneficiado por ello.

-El poeta John Ashbery te
habla suspendido sobre
las cumbres de los Andes

Cree en tu dolor.

W.H.A.

Entonces se vieron los ahogados flotar sobre Chile

Arriba de las cumbres de los Andes suspendidos
dejando caer sus brazos sobre el horizonte

Apozándose igual que gigantescas lagunas en el cielo
de las llorosas montañas ondeantes girando con las
grandes nevadas hacia el oeste

Hacia el cielo del Pacífico que se abría blanqueándose
mientras la cordillera y el océano iban ascendiendo y
éramos nosotros el sueño que se apozaba sobre los
nevados Es que los vimos ahogarse de llanto nos
gritan en los sueños los ahogados apozándose encima
de las montañas como exiliadas islas mirándonos

es un tótem, un zahorí que encuentra metáforas y maneras de encajar palabras, pero si tengo que mencionar solo una cosa de Zurita (¿y por qué solo una cosa, quién da esa orden?) menciono su entrega, su paso adelante después de la frustración, su lucha, su «poner el pecho», que se dice por allá. Contra la dictadura, contra la muerte, contra el odio, poniendo su cuerpo, su presente y su belleza en juego para exponer la miseria del mal, como se puede ver en la nota al final de Anteparaíso:

Pues eso, que lo admiro, que ayer no fue el mejor día de mi vida porque conocí a, seguramente, uno de los poetas en lengua española más reconocidos (por premios y por popularidad) en la actualidad. El caso es que sí, a ver, había leído a Zurita y me habían emocionado algunos de sus poemas y verlo en persona me hizo ilusión. Entiendo el significado subversivo, la potencia y la humanidad que hay en sus actos performativos/poéticos, su lucha por la justicia y él como ser humano es embriagador, pero me niego a ser su fan, me siento compañero. Su humilde compañero, que ha encontrado muchos menos caminos que él, pero me reconozco en la misma búsqueda. Porque toca, busca, lo que yo quiero tocar y buscar. No se echa para atrás cuando yo sí que me he echado para atrás. Me fijo en él, en cómo pone el foco en un pedazo del mundo, real o fantástico, y lo expone hasta que queda pulido, a través de sus palabras o a través de su persona y así habla del todo, del amor, de la muerte o los asesinados. Que la vida te sonría, que no sufras más, querido Raúl, que las páginas y las lecturas te reconforten, te sanen y sean fértiles para futuros poemas. Que la sangre de la poesía chilena no solo hierva sino que cure, que sane.

Tuve la suerte de darle la mano, y darle las gracias, y escucharle hablar con Sonia Betancort y Javier Rodríguez Marcos de la creación, de lo sagrado, de la naturaleza. De cómo se atrapa o se dilucida una gota en una nube de misterio. Crearon un amoroso y sincero diálogo entre poetas entre unas rígidas medidas protocolarias que nos hicieron empezar el acto a las 19:00 (oh, ¿esto es poesía o qué es?) y nos hicieron terminar el acto sin que el público pudiera preguntarle nada a Zurita ni que este pudiera responder nada. Mal, porque todos lo estábamos deseando. Porque ayer hubo comunión entre poetas, comunión entre chilenos y comunión entre humanos. Gracias a Javier y a Sonia por la ternura y la cercanía con Raúl. A veces pasan estas cosas cuando se juntan poetas y poesía, otras hay rencores y envidias o cosas peores, pero ayer se pudieron ver otro mundo posible, un mundo de alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.



Más cosas de Colombia

En esta última entrega del viaje a Colombia os quiero contar algunos detalles que me he encontrado en este hermoso país y no sabía muy bien cómo agrupar alrededor de un tema. También añado fotos curiosas que complementan lo que cuento:

• La ducha no suele tener dos mandos, uno para el caliente y otro para el frío, sino que hay uno solo, con la mezcla de temperatura ya hecha y…apáñate.

• Colombia es la fantasía de los amantes del dulce. Sobre todo en estaciones de bus, no sé por qué, existe un abanico de cosas azucaradas, rebozadas, aliñadas, que no acaba nunca. De hecho, hay un dulce que roza lo imposible que se llama helado frito. Helado frito, flipas. Afortunadamente también tienen su gran repertorio de frutas, para compensar, y de las que soy fan al 100%: guababana, lulo, tomate de árbol, guayaba, maracuyá (en la foto), nona, acai, gulupa, feijoa, chontaduro, guineos (en la foto), borocó, copoazú, mango, mamoncillo, etc. Las hormigas culonas, que en teoría están deliciosas, a mí no me sentaron del todo bien y me tocó pasar una noche en vela interrumpida por picor por todo el cuerpo y friegas de agua fría 😅

• Además de café, Colombia exporta flores y es porque rebosa de ellas, en cualquier parte del país las calles están llenas de flores variadas.

• Durante este viaje he estado leyendo varios libros, que me han ayudado a entender mejor Colombia: Guía de Lonely Planet, Los cuentos completos de García Márquez, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galiano y La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile de Gabriel García Márquez.

• Me llama la atención lo estadounidense que puede ser un país como Colombia. No su folcror, no su imaginario, sino su actualidad, su día a día. Porque la colonización española es cosa de la historia, que llega hasta el presente, pero la verdadera colonización hace tiempo que es yankee. Camiones enormes, de marcas norteamericanas, ingenierías, baños y útiles cotidianos no tienen un estilo colombiano ni español, sino de EEUU.

Porque el modelo, al final, es el modelo de las películas, el triunfador, y además LATAM en general y Colombia en concreto ha sido dominada económicamente. Por las buenas o por las malas y pienso en golpes de estado, dictaduras, guerrillas y paramilitares, pero también cuchicheos y puñetazos en la mesa que provocan alzas de precios y cambios de gobiernos miles de kilómetros al sur…

¥ Bogotá es un parche

Tengo la suerte de poder quedarme en Bogotá en la casa de la familia de mi novia. Y esto no es baladí, porque compartir rutina con Sandra, Jeison, Luz Marina, Veitiere, Sharity y Lorena ha añadido una profundida especial y única a un viaje tan poderoso y único como ha sido este viaje a Colombia. Gracias por hacerme sentir uno más.

Ahora, sobre Bogotá, como ciudad, os cuento yo podría decir que he conocido Bogotá, pero eso no es cierto. He conocido la parte visible de la ciudad para alguien como yo, un turista, por mucho que lo quiera evitar, y que además es visto así por todos los habitantes de la ciudad.

El tema transporte es bastante pesado, lento, caro, casi siempre con atasco continuo y en algunos lugares también es peligroso. Y mira que a mí me gusta usarlo, porque creo que es la manera de conocer un lugar, pero preferimos usar una aplicación llamada DIDI que costaba unos 3 € aproximadamente (17.000 $ pesos colombianos) por viaje. Evitamos problemas y no nos arruinamos.

Otro de los focos de nuestros viajes fue el mundo libro, llamémoslo así, y de sus ecosistemas. Fuimos a bibliotecas públicas, privadas, librerías grandes, pequeñas y a venta callejera de libros. Trajimos buenos libros, curiosos, que os iré contando por aquí con un poco de tiempo… y sin prisas.

Amazonas

Creo que nunca se llega al Amazonas, o no al menos a su centro. Se puede uno aproximar, acercar a su verdor poderoso, pero el Amazonas no es un lugar que se conquiste. Siempre queda demasiado grande.

Nosotros nos acercamos desde Leticia, en Colombia, pero haciendo frontera con Perú y Brasil (si las fronteras me suelen parecer una mentira, pues imaginad aquí).

En esta ciudad, que sí, que tiene internet y cualquier otro avance tecnológico actual que se os ocurra, y en la que no hay boas por las calles ni monos por los cables de la luz, lo que sí que hay son cientos o miles de motocicletas que van y vienen a todo trapo y cientos o miles de loros (o cotorras, no me ha quedado muy claro) que inundan los árboles del centro y dan un olor bastante…desagradable al lugar. Ajetreo, sí, pero con bastante encanto.

Más allá de eso, Leticia es la puerta colombiana a la autopista de la región: El Amazonas. Y a ella nos incorporamos, en una lancha de unas 50 personas, a 34 k pesos (unos 9 €), y unas dos horas de trayecto, hasta llegar a Puerto Nariño.

Puerto Nariño es uno de los nidos que formamos los humanos en los recovecos del río Amazonas, aplastados por su naturaleza, enorme. Si aquí se vive es por la comunidad, pero aquí no es que se viva, se sobrevive, sujetados a un resquicio entre la selva y el río. Porque aquí, además de el sol y la luna, existen el dios selva y el dios río, que alimentan y sujetan a sus pequeños dioses, fascinantes y libres aún.

Supongo que cualquier que no pertenezca a este mundo natural y vivo que es el Amazonas tendrá la misma sensación que tuve yo: llegar al Amazonas es bañarte de realidad, enfrentarte a un espejo que te refleja tu tamaño real.

Este pequeño lugar, con unas 8/10 calles, es conocido en toda Colombia como el pesebre del país y no hay vehículos motorizados salvo un tractor que sirve para labores de trabajo. Y qué contraste agradable, por cierto, con Leticia.

El Amazonas, que llega a alcanzar 300 km en su zona más ancha, es inmenso, brutal, excesivo. No sé cómo explicarlo mejor. Me da la sensación de que es todo lo rodea y todo es sujetado y alimentado por él. Y, bueno, la cabeza empieza a funcionar cuando imaginas lo que pueda haber debajo del agua…

Aquí el día empieza con el sol y los gallos, a las 5:30/6, y acaba con el sol también, a eso de las 17:30 de la tarde. Pero el día se va por todo lo alto:

El pueblo, su casco urbano, es más pequeño aún que Leticia y es un lugar en sintonía perfecta con una selva que, en cuanto sales de sus pocas calles, empieza la selva, empiezan a pasar cosas (y pasaron). Y esto ha sido lo que más me ha gustado de Puerto Nariño, del Amazonas por extensión, y es que tienes la sensación de estar en el centro del mundo, de su pureza. Miras aquí, allí, al otro lado, y escuchas, ves y sientes mariposas increíbles, pájaros, plantas enormes y desconocidas, lagartos, insectos…

Una sensación similar, pero relativo a la humanidad, la tuve cuando estuve en Times Square. Sentí que estaba en el centro del mundo, que ahí pasaba todo.

Como en el cuento de Borges, El Aleph, todo estaba concentrado en un solo lugar para controlarlo todo, mientras que en el Amazonas no controlas nada, te dejas arrastrar por el todo.

P. D. – Estaba yo con unas toses del infierno, tenía ganas de quitármelas, por lo que me compré esta botellita llena de maderitas del árbol amazónico chuchuhuasa, que ayuda a quitar el resfriado. El caso es que había que echar agua, vino o aguardiente dentro de la botella, dejar que el líquido hiciera buenas migas, y para dentro. Como 3 botellas, en teoría. Yo aguante una y media, estaba un poquito fuerte 😅

Algo (supuestamente) divertido que seguro que algún día vuelvo a hacer

Pues nada. Yo también he picado, también he sido uno más. El turismo, «el fenómeno», que es algo así como el capitalismo en musculosa (camiseta blanca de hombreras) y chanclas, nos ha hecho ojitos y hemos dicho SÍ. Al menos por un rato. También es verdad que llegué a esta isla del Caribe con dos pantalones largos y dos jerséis 🫠.

Hemos intentado esquivar las manadas de turistas pero, en nuestro último día en la isla de San Andrés, hemos decidido hacer un tour, que es algo así como el infierno en cuanto a hacer planes o hacer cosas, en general. Dejarte llevar como pez boca arriba 😵.

El caso es que existe un islote, a 1,5 km de la isla de San Andrés, que se llama Johnny Kay. A este islote solo se puede ir por agencia (unos 10€/persona) y te dejan ahí en la isla unas cuantas horas.

En la isla hay un poco de todo, pescado, cocos, iguanas (esta en concreto le robó un trozo de piña a Lorena), tormentas tropicales, basura y PECES.

Holi

Creo que no recomendaré para nada la visita a la isla…salvo si lleváis unas gafas de bucear. A apenas un par de metros de la playa ya se pueden encontrar bancos de peces de varios colores de hasta un palmo de grandes. Eso sí, vas a chocar un par de veces con otros observadores que hacen exactamente lo mismo que tú.

Ser tratado como ganado tiene alguna ventaja, seguro, pero no termino de encontrarla. Nosotros hemos ido, hemos visto peces e iguanas, hemos comido pescado rico y fruta y ya. Que, de todos modos, es bastante más que lo que hicieron los aventureros, piratas y conquistadores en un día buenísimo hace 300 años. Parece que menospreciamos lo colectivo (sea lo que sea) y todos buscamos lo exclusivo. Y, por ser así de snobs y ridículos, quizá, ya no quede nada por descubrir.

Y es que reflexionando un poco más allá con el turismo masivo, quizá haya que aceptar que sea así, que para visitar algunas panorámicas ineludibles, o entrar en algún museo único toca, por narices, ir en grupo. Y quizá sea la mejor manera de que 200 turistas con ganas de selfie y nuevas experiencias «no la caguen demasiado» yendo cada uno por su lado, pisando lo que no deben pisar, mirando lo que no deben mirar, fotografiando lo que no deben fotografiar.

Volviendo a la referencia del título, que es por David Foster Wallace y un libro chorra en el que trata/sufre este tema, yo os digo que seguramente me toque vestirme de turista, ser turista, e intentar no quemarme demasiado por ser uno más del rebaño porque me he dado cuenta de que habrá situaciones en las que me toque ser uno más y no pasa nada. No se puede ser único y especial todo el rato, en todos los lugares y en cualquier contexto. No se puede y no lo quiero, además.

Y ahora, para terminar, ¿por qué nadie se ve a sí mismo como turista?, ¿los turistas son solo los otros?, ¿qué diferencia a un turista de un viajero?, ¿es posible ser viajero hoy en día?

Os leo.

(Mención especial a Lorena por prestarme WIFI y ser mi parcera en esta aventura turística).

Isla de San Andrés

Hemos llegado a esta isla colombiana que queda enfrente de Nicaragua, en pleno Mar Caribe.

Llegamos el día 21, por la noche, y por llegar en taxi hasta la casa que habíamos pillado nos cobraron 10 € (40.000 pesos), por apenas 15 min en coche, y es que esta isla es más cara que Bogotá. El turismo, la lejanía y yo que sé qué más deben tener la culpa. Por ejemplo, la gasolina está a 2,5 € el medio litro 🥹. Menos mal que pillamos bus:

La isla es alargada, mide unos 10 km de punta a punta, y básicamente todo pasa en la capital, que también se llama San Andrés. En el interior, que es donde nos estamos quedando, vive la población afrodescendiente, mucho más pobre y aislada (zona La loma/Hill o Barrak). De hecho, hay algunas casas que parecen salidas de Missisipi (por ejemplo), con ese rollo colonial de madera pintada que hemos visto en mil películas.

Además de eso, pues al ser una isla en el Caribe, pues hay animales curiosos como iguanas, lagartos azules, una especie de garza blanca, palmeras (una de ellas soltó un coco y casi se carga a Lorena 🥲) y tormentas random que descargan el agua justa para calarte de arriba abajo.

La isla ha sido motivo de guerras entre ingleses y españoles y fue conquistada por los primeros, por lo que parte de la población (los descendientes de esclavos, que fueron traídos desde Jamaica) hablan inglés y criol (No sé cómo se escribe), que es una mezcla entre inglés y africano.

Y, bueno, básicamente esto no es ningún paraíso, como pensábamos. Las playas son enormes, sus aguas son turquesas, pero también hay mucha basura y mucho turismo. Aún así, nos lo disfrutamos yendo de aquí para allá, andando mucho a pata, en bus e intentando alejarnos de lo masivo, aunque no siempre es fácil. Intentamos tener nuestro propio viaje, sin ir al «camino fácil» e intentado disfrutar a nuestra manera, por ahora lo estamos consiguiendo. Os dejo por aquí unas fotos:

Primeros días en Colombia

Para quien ya me conoce, no es novedad mi pasión por Latinoamérica. Porque aprendí a leer novelas con el colombiano García Márquez, porque me enamoré de la poesía y entré en su mundo con los chilenos Huidobro, Neruda y Mistral y porque amé y amo los diferentes mundos posibles gracias a los argentinos Cortázar y Borges. Y porque con 20 años me fui a vivir un año a Santiago de Chile, con sus weones, con sus weás y sus cosas bien cuáticas.

El caso es que desde entonces, desde esa experiencia que con 20 años me cambió la vida, he conocido Perú, Ecuador, Argentina y Bolivia y he podido sumar experiencias y ganas de seguir descubriendo este gran continente lleno de pasión y sorpresas. Por esto, y por mucho más, el mundo latinoamericano es mucho más que su geografía o las series de Netflix, y su cultura se expande y (me) alimenta sin saciarme nunca del todo.

El caso es que mi pareja es colombiana y aprovechamos para viajar unos días (20, poco) a Colombia a recorrer y conocer.

En estos 3/4 primeros días viajamos a Villa de Leiva en viaje familiar para descubrir la plaza más grande de Colombia:

Y unas callecitas bonitas, cuidadas y sin muchos turistas. No se me pudo escapar la primera librería de segunda mano…

También aprovechamos para ver un fósil único en el mundo de un cocodrilo enorme, también Ráquira, un pueblo precioso, con miles de casas y cada una con su combinación particular de colores. En definitiva, algo de variedad para empezar el viaje. La película Encanto no salió de la nada…

Por último, ya de vuelta, nos echamos una pachanga de basket con el hermano de mi novia, mi novia y chavales del barrio que andaban por ahí. En teoría he invitado a una adolescente colombiana a venir a España 😅.

Ahora nos dirigimos a San Andrés, isla al norte del país, en el Caribe. Seguiré contando. Por ahora, ahí van unas fotos:

Tela con los concursos de la tele

Hace ya 10 años participé en Saber y Ganar, mítico concurso de preguntas de La 2, al que me acudí envuelto en nostalgia después de haber estado tantos años viendo a personas admirables responder cosas imposibles cada día. Y para que me viera mi abuela Paquita. Admito que aquellos sabios me producían cierta envidia, y con el paso del tiempo esa envidia se ha transformado en admiración por ir contracorriente del mundo en el que vivimos. Cuando todo está en la nube, cuando debemos ser ejecutivos y resolutivos, aún hay gente que decide seguir formándose en contenidos aparentemente inútiles que están en internet.

Fui a Saber y Ganar, como decía, y estuve en total 6 programas. Recuerdo con mucho cariño el tiempo fugaz que pude compartir con mi admirado Jordi y lo bien tratado que fui. Después de esta participación, el mundo de los concursos televisivos quedó olvidado para mí hasta que recibí un mensaje por Instagram en el que me invitaban a participar en un concurso de televisión española (que no conocía).

El caso es que dije que sí, ¿por qué no?, y después de un proceso de selección que buscaba un perfil extrovertido, atractivo para un público que busca estímulos y no conocimientos, fui seleccionado.

A David Leo lo conozco por su poesía, por los concursos en los que ha participado, y por la editorial en la que ha publicado Ultramarinos editorial. Por eso, por esa camaradería que tenemos los poetas, pensé que sería buena idea llevarle mi último poemario, Hogar, como regalo.

No voy a comentar nada del programa, os dejo el enlace aquí:

y comento mis impresiones.

Es verdad que me quedé con mal cuerpo por el momento «lanzamiento de libro» por parte de Rodrigo, el presentador, pero entiendo que había que dar espectáculo. Lo entiendo, pero fue incómodo, porque no deja de ser el resultado de un montón de tiempo, cariño y muchas más cosas y, bueno, siento que no todo vale. El caso es que lo entiendo, pero para nada comparto esta visión de «El conocimiento se tiene que modernizar», hay que sacarlo de las bibliotecas, que le dé el aire. Y puede ser que lo tengamos sacralizado, que yo sea una rara avis, y que cualquier grieta a esa supuesta aura inviolable nos chirría. Puede ser. Pero también puede ser que la televisión es lo que es y que, desgraciadamente, Saber y Ganar sigue siendo una excepción.

La voluntad y el deseo

Foto de Vivian Maier

Hoy tengo ganas de reflexionar sobre EL HACER. No el pensar, el desear o el imaginar, sino el HACER. Y, para hacer, pienso que tiene que haber un estímulo que provoque la acción y ahí entramos en esta dicotomía:

Voluntad y deseo. Y te pregunto, ¿crees que son contradictorios?, ¿son necesarios ambos?

Pero antes de que me respondas, voy a intentar definirlos para saber de qué estamos hablando.

Por un lado, el deseo: Mi interpretación del deseo, e intento que sea una interpretación rigurosa y a la vez compartida por la mayoría, es que el deseo es un estímulo impulsivo, que no negocia prácticamente con la razón (de su parte inconsciente) y que genera en nosotros una estimulación efectiva, rápida y a corto plazo. Movilizador, estimulante, placentero pero sin un placer real después de haberlo realizado.

Y por otro lado, la voluntad. Esta, que tiene mejor fama que el deseo, que se muestra como un reflejo de un hacer más «trascendente» y útil, alejado de lo práctico, de lo inmediato, podría decir que es un deseo de «baja intensidad mantenido en el tiempo» y sin tanta urgencia. No es un impulso, no es un acto placentero inmediato, no es azúcar para contentar a nuestras papilas gustativas sino que son legumbres (cuidado con las legumbres, ¡eh!) que nos permiten caminar, avanzar y crecer.

Ahora, ¿es posible que el deseo forme la voluntad?, ¿son antagónicos, complementarios o necesarios?

Mi opinión sobre este tema es que ambos son necesarios, pero es la voluntad la que va a hacernos crecer, aprender y sacar provecho. Sin deseo, sin la chispa, no tendremos la agilidad mental para que el mundo nos fascine y nos motive. Necesitamos esos pequeños «chutes de placer» que, pese a hacernos sentir culpables, nos hacen más digerible el día a día con su curro, con sus políticos ladrones, con sus desengaños.

Sin embargo, será la voluntad la brújula, la guía y el mantenimiento del deseo que nos justifica ante nosotros mismos cuando echamos la vista atrás y vemos pasar el tiempo. La voluntad es asediada, constantemente, desde fuera y desde dentro de nosotros mismos, por llamativos deseos que nos hacen desviar la mirada. En épocas en las que estamos con poca capacidad de estar serenos, con la voluntad confusa y algo perdida, es fácil que caigamos en consumir deseo sin parar que nos estimula pero que no nos conduce a nada más, es autoconclusivo y no deja provecho. Ejemplos de este «deseo rápido» son el tabaco, el alcohol, los videojuegos, las redes sociales o la telebasura. Acciones placenteras, que no necesitan una acción concienciada pero que nos satisfacen de manera inmediata pero que no nos llevan a ningún lado.

Sin embargo, y para terminar la reflexión, creo que es importante TENER UN PLAN.


Una voluntad que, pese a quizá no estar definida completamente, nos haga caminar en una dirección. A mí también me asaltan los deseos momentáneos (ahora me ha dado por jugar al Age of Empires II, imagínate) y estoy en la pelea. Sin embargo, no abandono mi plan. Esta pelea, que se desarrolla principalmente en nuestra cabeza, antes de hacer nada, es similar a meditar. Porque para mí meditar es pensar en una pared blanca, mi plan, mi camino y mi plan, pero no dejan de aparecer imágenes que la ensucian y la tapan, y que yo me empeño en esquivar y que podrían ser estos pequeños deseos del día a día (una partidita, un cigarro después de comer, etc…)

Al final, mi consejo (que te lo digo a ti pero me lo digo a mí también) es que no nos mintamos, que hagamos lo que nos haga bien realmente, lo que nos justifique interiormente y que, en último término, nos permita tener un arma frente a la muerte, que nos acecha siempre. Porque la muerte está, en algún lugar, esperándonos y no queda tanto tiempo para hacer lo que tenemos que hacer. Lo que sabemos que tenemos que hacer.

El yo, lo sentimental y la política

Kadir van Lohuizen

Vivimos en la dictadura de lo sentimental. Pero no dentro del sentimiento empático, generoso y valiente por el otro, por su otredad ajena y justificada por no ser uno mismo, sino que vivimos en la dictadura de NUESTROS sentimientos. Nuestros sentimientos son ley. Que nadie se interponga, que nadie nos frustre, que nadie nos diga lo que podemos o no sentir. Y estos sentimientos se convierten en barricada. Ya nadie se preocupa por pelear por los derechos del otro, que cada uno se lo pelee solo o, al menos, con aquellos que defiendan la misma causa: Los blancos defenderán los derechos de los blancos, las mujeres defenderán los derechos de las mujeres, los hombres defenderán los derechos de los hombres, los negros defenderán los derechos de los negros, los españoles por los derechos de los españoles… y esta tendencia, cuando se vicia, se convierte en injusticia. Obviamente no es lo mismo la posición de un hombre blanco cishetero, de un país rico, con el mundo hecho a su imagen y semejanza que el de una mujer somalí, por ejemplo, que es prácticamente invisible a los ojos de todo el mundo.

Pero este pensamiento, que en muchos casos se justifica como casi una autodefensa para legitimarse en el mundo y obtener derechos justos, se basa en el YO y no en términos de justicia, igualdad, derechos o libertad. Nuestra lucha llega hasta donde llega el color de mi piel, mi sexo/género, mi documento de identidad o, en definitiva, mi posición en el mundo. Esta lucha, digo, que es una forma de egolatría y no de generosidad, hacia mí y hacia el otro desde el yo, no tiene nada que ver con la lucha conjunta por un futuro mejor. Porque las luchas que no intentan el beneficio de todos solamente son una lucha por defender tus privilegios u obtener más derechos para ti, no para todos. La lucha que no empatiza con todos, sino con solo aquellos que se parecen a mí, es una lucha egoísta e inútil.

Hace años que soy anarquista. Antes, cuando estaba en la veintena, pensaba en algún tipo de revolución que pudiera traer justicia e igualdad a la sociedad, pero desde hace años ya no pienso así. Ahora creo en una sociedad en la que no haya nadie que se quede fuera, que la democracia parlamentaria no excluya a nadie, que todas las opiniones sean aceptadas y válidas, que todo sea una asamblea y todo sea democracia. Por eso soy anarquista, porque soy demócrata y porque creo en el ser humano. Porque creo que ninguna persona queda o debería quedar por encima de otra.

Demos batalla a la injusticia, a la desigualdad, a la mentira, a la violencia y a todos los sistemas de poder que nos dominan, pero tengamos en cuenta que nadie es menos que nadie, pero tampoco más que nadie y que nuestros sentimientos no nos legitiman ante nadie y ante nada, que solo son parte de nuestra identidad y que no se pueden imponer a nadie.

Elvira Daudet y su calle (la echo tanto de menos…)

En Cuenca, una mujer enciende un cigarro en su ventana mientras mira cómo en la acera se arremolina un grupo de gente. Cada vez más. Era 17 de septiembre de 2016 y Elvira Daudet se dirigía a una calle recién estrenada con su nombre para encontrarse con amigos y admiradores. Estaba llegando la poeta rubia que tiene tantas flechas en su poesía, tanta intensidad, tanta humanidad sincera y cruda.  

Y es que Elvira Daudet, la periodista que trabajó en varios periódicos (ABC, el Independiente y Pueblo), que entrevistó a Dalí durante varios días o que escribe sus poemas intensos y cercanos como puñaladas de vida, tuvo por fin su calle en su ciudad natal, Cuenca.

Este septiembre de 2016, quizá demasiado tarde, se inauguró por fin la calle. Digamos que ya era hora que su ciudad natal reconociera a una de sus habitantes más íntegras y talentosas. Pero antes que os cuente qué pasó ese día en Cuenca, os traigo del brazo a Elvira para que la conozcáis.

Elvira escribió su primera novela a los 10 años, su primer artículo a los 14 y su primer libro de poesía amorosa a los 17, y muchos años después, aquella mañana en Cuenca dijo aquí estoy. Aquí sigo estando. Al igual que aquella tarde en la que entró elegante y temblorosa en el café Gijón y dijo a unos poetas escondidos bajo el gris de la dictadura, “soy Elvira Daudet, soy poeta, y quiero publicar este libro”. Era el año 59 y Elvira Daudet entraba en la piscina de la poesía sin ningún cuidado, rompiendo la calma tan innecesaria y asfixiante de un franquismo gris ceniza.

Así estuvo toda la vida. En la vanguardia, delante, viendo qué pasaba y contándolo a los demás. La quilla, el faro y el mascarón que recibía todas las alegrías y todas las penas. De las crisis aparecieron sus poemarios. El primero El primer mensaje, después de la crisis de la pubertad. Su segundo libro, publicado en 1971, publicado cuando su matrimonio empezaba a romperse es Crónica de una tristeza. El tercero, El don desapacible, publicado en 1994, es según la propia autora el más triste de todos porque es la crisis de orfandad por la muerte de sus padres.

Elvira Daudet sigue su día a día, periodista, corresponsal entre los años de plomo italianos, recogiendo las letras del día a día como un malabarista a la vez que ella escribe en la oscuridad el dolor propio y el dolor de los demás.

El poeta tiene un sistema inmunológico muy débil y todo le hace daño.

Seis años después, la diputación de Cuenca publica su cuarto libro de poemas Terrenal y marina, en el que la enfermedad y la muerte miraron a la cara de Elvira pero no pudieron con ella y su poesía. Y ahí estaba, luchando en el olvido, cuando Jaime Alejandre y la editorial Cuadernosdelaberinto recuperó la letra mayúscula y olvidada en el cajón de muchos de Elvira para sus HazVersidadespoéticas, volviendo a poner sus poemas en papel. A partir de este momento, y apoyada en la amistad y el buen trabajo de editores, poetas y amigos, Elvira ha conseguido contactar a través de internet con multitud de personas en todo el mundo. Su poesía directa, sincera, sin “paños calientes”, ha contaminado a miles y miles de lectores.

Un año después Elvira vuelve a publicar con CuadernosdelLaberinto. En este

caso es Laberinto Carnal, en el que a través de un camino de dolor y escollos nos dibuja un sincero pasaje a la integridad y la libertad:

…Y hay mujeres sencillas, con los ojos de agua

y la carne de harina,

que aman, trabajan, paren, se deshojan

aferradas a un sueño…

Elvira Daudet estaba (y sigue estando) en racha. La gente joven se le acerca, la gente mayor quiere compartir su palabra. Todo el mundo quiere escucharla y leerla. Participar en su verdad. Poco después se publica una antología de su obra poética, desde su primer poemario de 1959 a 2012, en este caso en Alacena Roja, y su presencia en los ámbitos poéticos, tanto presenciales como digitales, crece.

Y es en este momento cuando Elvira Daudet toca la fibra de un dolor que, si bien ya había sido pulsada en otras ocasiones, en este momento retumba con una potencia continua y casi insoportable. Es 2012, y Elvira publica su libro más doloroso, Cuaderno del delirio, en el que cuenta cómo el amor esconde los abismos de la pena y la soledad de una manera brutal y exacta. Cuando leí este libro tuve que comentar cada poema. Aquí os dejo el comentario.

Después de este dolor vino la editorial Lastura a acoger y dar hogar a dos nuevas antologías de la gran poeta rubia:

Antología poética (1959-2012) y Antología poética (2012-2014).

Y después de darnos un largo paseo por la poesía y la vida de Elvira, volvemos a Cuenca, a la calle Elvira Daudet, a los lectores y amigos que fuimos a celebrar un pedazo de tierra que llevará por siempre el nombre de la poesía. 

La mujer de la ventana llamó por teléfono y seguramente le comentó a alguien cercano, incrédula, que estaba viendo cómo se inauguraba una calle, su calle. Y que para más Inri allí estaba ella, Elvira, saliendo de un coche como salen los poemas.

Así es como llegó Elvira Daudet a su homenaje, a la inauguración de su calle. Poetas y amigos nos juntamos como palos de una cabaña para acogerla, maestra y conocedora de todos los sabores.

Al igual que aquel día en que Elvira entró en aquel Café Gijón imponente, este soleado 17 de septiembre nos quedamos todos sin habla. Después de abrazos y alguna lágrima, fuimos a la RACAL (Real Academia Conquense de las Artes y las Letras) donde leímos poemas de Elvira o dedicados a ella.

Todo este homenaje fue posible gracias a sus amigos Paloma Corrales, Rafael Soler, Jaime Alejandre, Juana Vázquez, sus hijos y nietos, Enrique Gracia Trinidad, Lidia López, Paco Caro, Ana Ares, José Luis Torrego…y otros muchos que espero que si leen esto me perdonen el olvido (ya saben cómo somos los poetas). 

Todo este sarao terminó como terminan estos homenajes, comiendo y bebiendo rodeados de amigos y arropando a la homenajeada.

Pero esto no es todo…

echando de nuevo un ojo a este artículo pienso, “qué aséptico te ha quedado, tío”. Y es que no hago justicia a Elvira, a aquel día ni a su poesía. Para intentar corregir este error quiero hablar de Elvira desde más cerca.

Con Elvira no hay términos medios. O la quieres o su sinceridad te asusta. A mí, por suerte, me pasó lo primero. En el hoy en día que nos cuentan, en el del miedo, en el que solamente puede ser un “todos contra todos”, aún hay gente que acuna. Hay gente que escucha. Y Elvira es una de esas personas. Encontrar una persona así de sabia y cercana es una suerte.

El primer día que nos encontramos, después de la presentación de un libro de Neorrabioso, flipé. Nos presentó una amiga en común, Paloma Corrales, y no sabía muy bien cómo reaccionar. Admiraba como un grupie a Elvira desde que escuché su entrevista (aquí), pero no conocía a personas mayores que pudieran ser amigas mías, que pudiéramos tener temas en común y a la vez que fuera accesible. Pero con Elvira fue diferente y desde aquel día hasta hoy estamos unidos por palabras en negrita y profundas que no se pierden por el tiempo.

En su poesía se nota esta capacidad de hacer “zoom sentimental”. Se acerca donde tienes la grieta (o la alegría) y ahí se queda, compartiendo. Y para acabar quiero compartir uno de los poemas de Elvira Daudet que más me gustan:

PALABRAS PARA UN SPOT DE TVE

No me hagas daño, amor, porque me duele

que seas tú, a quien amo como nadie amó nunca,

el que me parte el alma cada día,

sin que te apiade ver como me deja

el vino que conviertes en mi sangre.

Destrozada en el suelo,

como un plato de loza hecho pedazos,

sin dignidad ni luz en la mirada;

un montón de basura abandonada.

Fría como una muerta, que aún respira

con el fin de maldecir haber nacido un día

para albergar la pena incontenible

que tu presencia amada siempre deja.  

(Del libro Laberinto carnal)

Reflexión sobre la poesía

Xul Solar

En esto de la poesía, como en todos los fregaos donde me meto, creo más en el aprendizaje que en la volatilidad extraña de la suerte, del destino, de la predisposición.

Por eso, me extraña que haya poetas de renombre que nunca hayan comentado a otros poetas, que no hayan dicho: «joder, leed a este o a esta poeta, mirad lo que hace, aprended como yo he aprendido», y entiendo que este mutismo puede suceder por dos razones:

O bien no lees y por eso no te sientes interpelado por otros, por esa empatía con el dolor, con la alegría, con el amor del otro. O bien, sí que los lees, sí que sientes esa empatía, pero interpretas que nombrarlos en redes, difundir su(s) hallazgo(s) puede menoscabar tu posición en la fila del reconocimiento público.

A mí no me importa compartir este poema o a esta poeta contemporánea o no. Debo este oficio a aquellos que me dijeron «¿Conoces a Roque Dalton?, ¿a Angélica Liddel?», y por eso no puedo apropiarme de esos tesoros. Necesitamos que más personas sean sorprendidas por la poesía. Da igual si es mía o es de otros. Compartamos lo que nos hace humanos, combatamos el ruido con fraternidad y empatía con la emoción del otro.

hace 12 años

En la película de Julio Medem, Los amantes del Círculo polar ártico, hay una escena en que Ana, (Najwa Nimri), espera a Otto (Fele Martínez) sentada en una silla, enfrente de un lago a las afueras de Rovaniemi, en Finlandia. En pleno Círculo polar ártico. Y es entonces cuando el sol de la medianoche baila en el horizonte y no llega nunca la oscuridad.

Cuando vi esta película, Laponia era un lugar extraño, poético, en medio de la nada. Y a través de ella, de las relaciones de sus protagonistas, en mi cabeza se formó otra imagen, pero también poética, extraña, donde se podría esperar cualquier milagro. Y yo también quería esperar un milagro.

En mi caso, no fue Rovaniemi sino la ciudad sueca de Jokkmokk, a siete kilómetros de la línea invisible del Círculo polar ártico. Es diecinueve de mayo y el pueblo está muerto. Los hostales, vacíos, apenas esperan tu llegada. Todo el mundo dice que es la peor fecha para viajar a Laponia, o más correctamente, a Sapmi, el territorio donde viven los samis, pero quizá sea la mejor para encontrar silencio y lugares salvajes sin oír a algún compatriota espetar un, joder, ¿Aquí vive Papa Noel, no?, o sin que haya una marabunta de turistas en busca de trineos de perros y hoteles de hielo.

Jokkmokk es un pueblo hecho a lo ancho, sin problemas de espacio. Las casas se dejan respirar unas a otras y las calles son largas y vacías. Visito el museo sami, uno de los más importantes de esta nación, y conozco su manera de vivir. Me doy cuenta de su respeto por la naturaleza, sus costumbres, cómo sobreviven al frío y a los animales, y también descubro como los suecos, los noruegos, los fineses y los rusos han ido minando su población y sus recursos hasta condenarles a abandonar el nomadismo y adaptarse a la manera de vivir de estos países. Los países nórdicos, son muy respetuosos con las otras culturas y con el medio ambiente, pero incluso ellos también tienen cosas de qué avergonzarse.

Y después de desinflar el mito verde y tolerante de los nórdicos, me lanzo a la carretera a buscar algo invisible; el Círculo polar ártico, a siete kilómetros al sur de la ciudad. Como en esta época no hay apenas turistas, no hay medio motorizado salvo el taxi que me pueda llevar hasta allí. No me gustan los taxis en Suecia, debe ser por el precio, así que decido ir andando y haciendo autoestop esperando que alguien me lleve. Siete kilómetros parece poco, ¿no? En una media hora seguro que estoy ahí. Además, seguro que me coge alguien antes…

La carretera es un corte negro de alquitrán en medio de verde y azul. Los bosques y los lagos son mayoría en casi toda Suecia, y aquí arriba, donde apenas vive gente todo el año, dominan casi todo el terreno. Aunque los paisajes son espectaculares, andar por carretera siempre es bastante pesado. Los pocos coches que pasan silbando a tu lado, te recuerdan que aquí arriba también hay civilización aunque a ninguno le de la gana de parar para llevarte unos pocos kilómetros. Sigo andando, pensando sin parar cuantos kilómetros llevaré, a qué velocidad anda una persona, qué hacen los peces de los lagos cuando se congelan, y así sigo con mis divagaciones hasta que veo, a unos veinte metros, un rebaño de renos que cruza la carretera. Y se quedan parados. Y me miran.

Y yo, como lo más parecido que he visto a unos renos han sido las vacas de mi pueblo, me quedo parado también. Por si acaso. Los renos, cuando llevan a Papa Noel de un lado para otro, parecen muy majos, pero cuando te encuentras siete u ocho en medio de la carretera, a “tiro de embestida”, pues da un poco de miedo, la verdad. Afortunadamente, tras mirarnos un rato más, uno de ellos vuelve al bosque y el resto le sigue. Menos mal, ya puedo seguir.

Después de una hora y media viendo paisajes increíbles, llego al Círculo. Y en el Círculo polar ártico, encuentro una fila de piedras pintadas de color blanco que indican la línea imaginaria, un cartel, unos baños, y un chiringuito cerrado. Como un idiota, me hago la foto obligada y me siento en una de las piedras a esperar a Anna, a Otto, o la vuelta de los renos. No viene ninguno, y solamente para una furgoneta llena de alemanes que quieren ir al baño. El Círculo polar ártico es un desierto, joder. Pero me gusta que no haya nadie.

Acostumbrado a la rutina de luces y espectáculo, donde cualquier evento necesita neones, flyers o publicidad para ser visto, encontrar un lugar autosuficiente y especial por sí mismo es una sorpresa. Incluso en el fin del mundo. Creyendo haber encontrado mi milagro particular, vuelvo a la ciudad. El viaje de vuelta se hace más corto y los pájaros que no dejan de gritar y hacer cabriolas me parecen el mejor espectáculo del mundo.

día de la poesía/

Dentro de poco es el día de la poesía. Y a mí me gusta acordarme de que hace 9 años hice un recital en el Centro Comarcal de Humanidades de la Cabrera y no vino nadie. 0, ninguna persona. Aún así, recité a la gente que salió del teatro esa tarde 🎭 y no fue mal, vendí algunos fanzines.

Y hoy, 8 años después, aquí estoy, con 5 libros publicados y más de 1000 ejemplares vendidos. En esto de la poesía hay que ser muy pesao y seguir escribiendo, pase lo que pase.

Sobre la poesía y la vida

No puedo evitar escribir poesía, leer poesía, intentar saber qué es lo que pasa, por qué pasa así y no de otra manera. La poesía es mi martillo y mi lupa, mi selva y mi tomate. A través de ella os veo a vosotros y a través de ella me veis, aunque no os deis cuenta. No es fácil la mayor parte de las veces. Muchas veces duele, pero otras veces, cuando encuentro en un poema una manera de decir que me explica, cuyo mecanismo dulce de piezas y respiraciones me dice que no estoy solo, me siento feliz.

Sé que es difícil de explicar pero puedo decir que en la poesía conozco mejor y más intensamente. A pesar del daño, como decía.