Cercanías, 2016

Cercanías es mi segundo libro publicado, fue en 2016, con la editorial Baile del sol y con una pierna aquí, otra en Canarias y otra en la lupa, para que no se me escapara nada.

Este libro es un libro de amor, principalmente, porque su columna vertebral es lo ínfimo, ya sea mano amada, lucha compartida con el vecino o escalofrío desde el hueso hacia el vello.

Sigo alucinando con el prólogo que escribió mi admirada Vanessa Neorrabioso, que nunca he sabido muy bien cómo agradecer. Por lo demás, compartir editorial con gente tan enorme como Gsús Bonilla, Ana Pérez Cañamares, Roque Dalton o John Williams me hace sentir diminuto. Sigo dando las gracias, siendo consciente de que cada paso del camino no es un paso olvidado sino que nos acompañará toda la vida.

Me gustan las mujeres manos grandes como manzanos mamíferos en flor, refugio de pájaros cansados

Me gustan los hombres que aguantan un gallo en la lengua para que no se despierten las nubes. Me gustan los animales de dos patas que tocan el xilófono en una espalda, con los dedos más meñiques y silenciosos de la historia.

Me gusta tu traje guardabosques, tu llave para la jaula del tigre que siempre pierdes, que nunca sabes en qué boca dejaste. Vivan sin lombrices ni sombra los hombres que ríen y dejan caer todos los cuchillos y no importa qué insulto llega a tu casa no importa. Que sigan saltando los jóvenes con ojos a tres cuerpos por segundo, a tres olas por cintura, borrachos en cada acantilado.

Me gustan las bocas abiertas que esperan la lluvia en verano tu dedo índice como inicio del mundo la llegada al perdón de las guerras al descanso del miedo de la sangre
me gustas tu
la enemiga de todos los mapas
que no te alcanzan.

Poema incluido en mi libro Cercanías:

Cultivar el vacío, Cercanías (2016)

Desnudos de Dios y su canción enferma como lluvia de abejas.
Destruimos las instrucciones del misterio sagrado y no es fácil construir un mapa.
El bien y el mal son un trabajo del colegio de tu hijo,
cosas de niños,
ideas impecables e inútiles.

Dios es el silencio a todas nuestras preguntas,
el frontón donde chocamos de cabeza,
una rotonda sin salida.

Nosotros somos la sagrada humanidad despertando de la siesta y encontrando sangre entre las sábanas.
Encontrando hermanos muertos y la gravedad vertical de la herida,
tumores negros como magnolias infectadas,
la resaca de nuestro intento de olvidarlo todo y volver al aullido,
no conocer el frío de la soledad.

No tenemos tiempo, ya es casi tarde,
en las esquirlas de la felicidad encontramos a Dios,
el sabor intermitente en la lengua,
hacer pie un segundo,
y seguir preguntando.

Los días del calendario se tachan con sangre, poema de Cercanías

y un poco más de belleza lisboeta para acompañar otro poema:

Me olvidará el músculo industrial del castillo,
no seré la leyenda sol y sombra de la cama ni tampoco revolución anaconda en el parque residencial de la ciudad.
No.
Nadie contará los dientes de mi felicidad y hará estatuas,
fuegos artificiales y letras.
No se acordará de mí el banquero sediento que cortó tanta cometa, pero en Chile hay una yugular que lleva
mi nombre y que no se entierra,
los pliegues de una piel buscarán el origen incienso de mis besos cuando mis labios sean serrín o acantilado y ningún tambor despertará a nadie de su siesta cuando yo me convierta en cardo o renacuajo, pero un niño verá mi calavera y pensará que es una caracola.

(De mi libro Cercanías, 2016, https://jorgegarciatorrego.com/cercanias/)

Poema de Cercanías, 2016

Un poco de belleza lisboeta para acompañar un poema:

Soy los huesos de la pregunta
el espacio entre dos océanos de oscuridad y frío,
el camino, el espacio por escribir, el hijo y el padre de la noche.

En el primer aullido de cuerpo puse mi nombre.
Hijo de mi madre,
hijo de mi padre,
hijo de la muerte que me lanzó a la vida e hijo de la muerte que me espera.

Aleatoria es mi casa, mi tierra,
la escalera de olvido por la caí en la tripa de mi madre,
en la tierra seca y fértil de Torrelaguna.

Soy consecuencia y tiempo acumulado,
voluntad agarrada a la carne,
la longitud de una ola estirada en mi cuerpo.

(De mi libro Cercanías, 2016, https://jorgegarciatorrego.com/cercanias/)

Soy los huesos de la pregunta

el espacio entre dos océanos de oscuridad y frío,

el camino, el espacio por escribir, el hijo y el padre de la noche.

En el primer aullido de cuerpo puse mi nombre.

Hijo de mi madre,

hijo de mi padre,

hijo de la muerte que me lanzó a la vida e hijo de la muerte que me espera.

Aleatoria es mi casa, mi tierra,

la escalera de olvido por la caí en la tripa de mi madre,

en la tierra seca y fértil de Torrelaguna.

Soy consecuencia y tiempo acumulado,

voluntad agarrada a la carne,

la longitud de una ola estirada en mi cuerpo.

Poema que puedes encontrar en mi poemario Cercanías, publicado por Baile del sol en 2016.

Fotografía de Fan Ho

Cercanías o más acá del bien que del mal (Prólogo de Neorrabioso al libro Cercanías, Baile del sol, 2016)

Se ha salvado. El lector que tenga en sus manos este libro de Jorge García Torrego se va a encontrar con un poeta que se ha salvado tanto del preciosismo retórico como de la pobreza expresiva, lo mismo de la poesía que desprecia la claridad en el significado como de la que renuncia a las fuerzas del idioma. Ya en el mismo primer verso del libro,


En la muerte se deshacen las vidas como aspirinas sagradas

se propone de manera palmaria la técnica que va a ir desarrollando en el resto del poemario, una técnica que consiste en utilizar las metáforas no para decorar o sustituir
sino para iluminar lo que quiere decirse. En este caso que pongo de ejemplo, la unión de dos elementos en apariencia tan disímiles como muerte y aspirina nos alumbra una manera nueva de muerte que se sitúa tan lejana de la descripción estricta como de la imagen extravagante, porque García Torrego, que rehúye tanto lo informativo como lo abstracto o alucinado, no nos cuenta las cosas sino que muchas veces las crea, y eso le basta para ser entre los nuestros un poeta que se ha salvado. Pero antes de nada quizá deba aclarar qué entiendo por los nuestros. Y de qué tenía que salvarse.

Los nuestros

Nosotros pertenecemos a una generación de poetas que llegó al Bukowski Club entre 2006 y 2012 y cuyos integrantes, herederos en algunos rasgos de los antiguos cazurros o juglares de la Edad Media, nos hemos beneficiado de la aparición de Internet y las redes sociales para llegar con facilidad al público. Una de las características principales de casi todos nosotros es que no dominamos o incluso rechazamos la mayor parte del edificio métrico o la tradición poética en español, bien porque nos parece demasiado formal o cursi o restrictiva, o bien porque la manera de enseñar poesía en la escuela nos hizo echar a
correr como el lobo de La Fontaine, que sigue corriendo todavía.

Así fue. La poesía del siglo de oro no nos interesaba por sus formas antiguas y la de la edad moderna, con las golondrinas de Bécquer, la espina de Machado, los gitanos de Lorca, los malvas de Juan Ramón Jiménez, la mar de Alberti, el río Duero de Gerardo Diego o la
princesa tristona de Rubén Darío, nos parecía una tomadura de pelo o una colección de pamplinas. No digo que esta poesía sea mala sino subrayo que no conectaba
entonces con aquellos chicos de doce años con urgencias por hacerse mayores; que era demasiado exquisita y artificial para esas edades de los primeros cigarros y los primeros tacos, cuando bebíamos los primeros calimochos y empezábamos a mirar al otro sexo de manera distinta. Incluso nos repelía. Buscábamos algo más duro. Más auténtico. Seguramente habría sido distinto si nos hubieran mostrado a su debido tiempo la parte tigre o sorprendente de la poesía moderna en español, como el Poeta Nueva York de Lorca, el Sobre los ángeles de Alberti, el España en el corazón de Neruda, la Rosalía de Cantares gallegos, el Hijos de la ira de Dámaso Alonso, el Otero más político, el Vallejo de Poemas humanos, el Darío metafísico o el Juan Ramón Jiménez tardío, pero esos poemas no los descubrimos con un mínimo de detenimiento hasta segundo de BUP, ya con 16 años, y
siempre con la obligación de tener que hacerles el “análisis morfosintáctico”. Por otra parte, la lección de los historiadores antiguos (pienso en Herodoto, Suetonio, Tácito, Plutarco o Diógenes Laercio), que aderezaban el rigor histórico con la anécdota y el chisme más sabroso, parece haberse olvidado y la presentación que se nos hizo de los poetas españoles era poco menos que la de unos santos con catecismo y aureola. En las escuelas
españolas, al menos en las de antes, nadie te decía que fray Luis de León era un hombre de 1’55 con un temperamento de mucho cuidado, o que Juan de Yepes se comió literalmente los documentos comprometedores cuando fueron a detenerle los frailes calzados, o que
Teresa de Ávila era acusada de prostituir jovencitas, o que Lope de Vega iba amontonando esposas, amantes e hijos; o que Quevedo era cojo, misógino y xenófobo, o que Antonio Machado tenía relaciones sexuales con una niña (Leonor) de catorce años, o que Pedro Salinas debe sus poemas de amor a una infidelidad, o que los del 27 utilizaban la Residencia de Estudiantes para tareas tan instructivas como organizar concursos de pedos para
apagar velas. No. Nuestra clase de literatura consistía en un temario beato donde te enseñaban poemas fríos y perfectos escritos por poetas que nunca jamás desobedecieron
a sus padres. Y claro.

De ahí que se haya abierto una zanja entre los poetas de otras generaciones y nosotros. Mientras que ellos buscaban poetas apolíneos de tradición española, nosotros leíamos a los intempestivos en (malas) traducciones extranjeras; mientras ellos cultivaban un oído silábicoacentual, el nuestro era sintáctico y colindante con la prosa; mientras ellos hicieron sus primeras armas leyendo la Segunda Antolojía juanramoniana, nosotros buscábamos
a Blake, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Artaud, Ginsberg, Kerouac, Corso, Brecht, Bukowski, Pizarnik, Sexton, Benedetti, Lizano, Parra o Leopoldo María Panero, porque era en éstos donde encontrábamos esa poesía callejera, dura, cortante, a veces crítica,
a veces transgresora, a veces vandálica, escrita por locos, rebeldes, borrachos, inadaptados o personas con el cerebro a-punto-de-romperse. Buscábamos una poesía real
e intensa. Una poesía de los colmos.

Y de unos extremos pasamos a otros. De una poesía eufónica que para leerla había que quitarle primero el plástico, pasamos a hacer otra que de tan sencilla caía muchas
veces en simplona. De usar las setecientas palabras más difíciles del diccionario, todas de hipsípila para arriba, pasamos a usar las setecientas más fáciles, todas de cerveza
para abajo. Pasamos de lo virginal y sublimatorio a lo arrítmico y pornográfico. No quiero decir con esto que haya estilos de poesía que sean mejores que otros. No. Y mucho menos quiero denunciar a la poesía narrativa de corte realista, que ha dado y sigue dando en los bares de Madrid algunos poetas estupendos, tanto en su vertiente oral como en la escrita. Pero cuando acudes a una jam session y te encuentras que, siguiendo la naturaleza imitativa del ser humano, el 90% de los poetas que recitan no se atreven nunca a romper la sintaxis, tienen miedo a las miedáforas y piensan que las imágenes son cosa de Instagram, te dices: aquí hay un problema. Y cuando te das cuenta de que por cada poeta decente que sale en esta línea surgen diez que no solo son deplorables sino una palabra más grave que todavía está por inventarse, te dices: aquí hay un problema grande. Y justo de ese riesgo es del que hablo. El riesgo del que hay que salvarse.

Cercanías
Y García Torrego se salvó, claro. Comenzó como todos: lo recuerdo viniendo a las sesiones de crítica feroz del bar Dinosaurio con unos poemas sociales meramente contenidistas, ausentes de veneno y lirismo, que fue abandonando a medida que acumulaba lecturas y empezaba a frecuentar a otros poetas lejanos al circuito de los bares, detalle este inusual en la mayoría de los poetas. Al poco tiempo comenzó a aparecer con poemas donde ya
hacía esguinces al idioma, como apuntándose a aquella definición de Jacobson según la cual la literatura es una violencia organizada que se hace sobre el lenguaje ordinario, y ya en 2014 publicó Ojo y ventana (Canalla Ediciones), donde se vislumbran embrionarias todas las maneras de decir que salen ampliadas y mejoradas en Cercanías. Cercanías está estructurado en seis partes, las tres últimas sobre los vaivenes del amor, y trae de novedad con el poemario anterior, además de la mejora en la carrocería de los poemas, la estructura más firme y la visión más profunda. Esto de la visión me parece muy importante y es un elemento que echo en falta en la mayoría de los poetas actuales. Cuando hablo de visión hablo de sustancia. En efecto, aparte de las maneras de decir, ¿qué proyecto de existencia me propone el poemario, si es que tiene alguno? ¿Qué raíces guarda con el pasado? ¿Con qué otras disciplinas establece conversación? ¿A cuántas capas de lo humano afecta?

La clave la da el propio nombre, Cercanías. Parece decirnos JGT que todo en este mundo, lo mismo lo físico que lo metafísico, la amistad que el amor, el trabajo o la política, Miraflores que Torrelaguna, Madrid o España o el planeta Tierra, en el momento en que uno se preocupa por ellos y los quiere, se convierten en cercanía. Y es el ojo del poeta, el de cada uno, el que elije lo que es cercano de una forma discriminadora y asimétrica, basada sobre todo en criterios de amor y justicia. Por eso el poeta se refiere de forma negativa al capitalismo oa la patria, a los mandamases o a los explotadores, a los que encuentra lejanos, y en cambio encuentra cercanos a los inmigrantes porque, como dice en el epígrafe de un poema: “mirarse en los ojos de otro / que no conoces /que no conocerás nunca / y saber que es tu hermano, / que siempre lo ha sido”. Parafraseando y negando a Nietzsche, podríamos decir que JGT siente el bien más acá. Y el mal más allá.

Consigue así un poemario donde el pluralismo es a la vez monismo, con vasos comunicantes que desembocan en una unidad de la que se extraen varias consecuencias, pues nos está diciendo García Torrego que, en puridad, no existe una división entre lo público y lo privado o entre lo barrional, lo nacional y lo universal, lo mismo que no existen diferencias esenciales entre la familia, el amigo, la novia o el trabajador de Indochina, y que el único dualismo existente es, en todo caso, el que se establece entre los que tratan de vivir y los inicuos y depredadores que no nos dejan vivir, sean de donde sean, ocupen la categoría que ocupen. Y logra esto utilizando un lenguaje que marca distancias tanto con los que elevan el registro poemático porque desprecian al lector como con los que lo rebajan tanto que parece que lo toman por tonto. JGT rompe la sintaxis, utiliza metáforas audaces y asociaciones insólitas, adjetiva sustantivos y sustantiva adjetivos, pero siempre lo hace a la luz y con los pies en el suelo: puede torcer y retorcer el lenguaje pero nunca al punto de hacer dificultoso su significado.


Vivíamos dudando entre el violín y el tambor cuando llegó Jorge García Torrego. Allí donde empezaba a sonarlo mismo se puso a sonar distinto. En Cercanías se acaba el enfrentamiento entre la ilustración y el romanticismo y la polémica entre Lukács y Brecht deja de tener sentido. Este poeta no se ha entregado por entero ni a la res ni ala verba de Horacio y ha preferido aunarlas con maestría. Lo ha conseguido y por eso sostengo que se ha salvado. Se ha salvado el poeta y se ha salvado la poesía.

Batania

Siempre contra las dictaduras, los reyes y los explotadores. Siempre con el ser humano. Siempre con y por la fraternidad.

¿Quién dijo quédate debajo, en el lado oscuro de la tierra?Quién dijo yo obedezco la palabra de Dios y Dios es amor y miedo. Somos los nietos del asesino que nunca preguntó hasta dónde llega la culpa. Los negros se hunden en el estrecho porque el estrecho es una palabra y ellos no tienen boca.

Los que llegan ya no quieren boca, no hace falta, ellos son mobiliario urbano, el animal precioso para el safari de Madrid. Tienen una pregunta que les da vueltas y vueltas en la tripa pero no tienen boca. Nosotros tenemos boca pero nos rodeamos de espejos.

Caminamos el silencio de la herida que no se acaba, herida que no duele con agua de mar y cuerpos cayendo como plumas de pájaros enfermos.

¿Qué infierno hay en el fondo del mar?
¿Cuántos huesos hacen falta para crear una isla?
¿Cuántos litros de sangre negra se necesitan para pudrir los muros de la vergüenza?

Miremos a Dios y pidamos ayuda. Él nos dirá paraíso si nos sacrificamos, si creemos en su silencio. La tierra es un órgano de cada cuerpo y no nos duele que se llene de cadáveres. Nadie nos enseñó a mirar a los ojos ni a construir barcos, ni puentes, ni bocas.

Somos tan poderosos que nos envenenamos.
Cruzamos el estrecho y somos Dioses. Cruzan el estrecho y son ceniceros para nuestro incendio.

Se estrellan contra el mar porque quieren. Como quiere el niño morir en un incendio. Europa no puede ser para todos. Que nadie nos quite nuestros juguetes. Nuestras ciudades necesitan cimientos de mierda y ellos nos sirven, por ahora. La distancia entre tu corteinglés y su hambre es lo que nos hace felices.

Mala suerte, pero aquí no hay sitio.

Muérete en otro suelo, hueles diferente y nunca serás
Obama.

(Poema que pertenece a mi Libro Cercanías, publicado por @bailedelsol en 2016).