Daniel J. Rodríguez acaba de publicar una reseña sobre mi último libro, Hogar, en Eldiario de Murcia. La comparto, ojalá os guste tanto como a mí:

(Esta publicación pertenece al libro Convivir poesía, conbeber poesía: El fenómeno de las jam sessions y la poesía oral en el Madrid del siglo XXI)
Para poder entender el concepto jam session debemos ir al origen, al concepto mismo de poesía oral. Antes de nada, debemos delimitar las diferencias que podemos encontrar entre esta poesía oral y la poesía escrita —y, por extensión, de su expresión oral y la escrita— y qué características tiene cada una de ellas y su evolución hasta el día de hoy.
Hay que tener en cuenta que el lenguaje es, en primer lugar, oral y después escrito. Aparte de nuestra propia experiencia personal (nosotros mismos como habladores/escuchadores, nosotros mismos como escribidores/lectores, en ambos casos codificadores/descifradores), solo cabe tener en cuenta el hecho de que, si el Homo sapiens tiene 40 000 años, la escritura tiene apenas 6 000. Por lo tanto, cuando hablamos de escritura, estamos hablando de una oralidad evolucionada, un paso más allá: «la lengua hablada y la signada son la manifestación básica o primaria del lenguaje, mientras que la lengua escrita (…) es secundaria[1]».
Además, en las sociedades anteriores a la escritura, el uso del verso recitado «suponía una manera colectiva de asumir el mundo: los textos recitados en voz alta no dejaban traslucir la separación entre palabras y todo era un continuum, incluida la identificación entre voz y cuerpo, del que el público participaba también como una única entidad[2]».
Pero la expresión oral tenía una tremenda limitación: no se mantenía en el tiempo. Al menos no de una manera física, objetiva y perdurable. El lenguaje oral permanecía en el imaginario colectivo gracias al intercambio de información entre los individuos de la comunidad, pero modificándose, cargándose de (y perdiendo) diferentes sentidos y significados.
Por ello se buscó fijar el lenguaje, hacerlo perdurable, homogenizarlo e inevitablemente limitarlo (en la escritura se pierden muchas características que enriquecen un mensaje, dado su carácter unificador y utilitario). La aparición de códigos de escritura sistemáticos «representó un inmenso paso adelante en la historia de la humanidad, más profundo a su modo que el descubrimiento del fuego o de la rueda: porque si bien estos últimos facilitaron al hombre el dominio de su medio ambiente, la escritura ha sido la base del desarrollo de su conciencia y de su intelecto, de su comprensión de sí mismo y del mundo que lo rodea[3]».
Pero este avance, pese a la importancia que le otorga Diringer, no contó con unanimidad desde sus inicios. De sobra es conocida la opinión de Sócrates (en boca de Platón) sobre este tema en los Diálogos de Fedro[4]:
Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque citando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.
En el caso de la poesía, pese a que existiera el lenguaje escrito, la modalidad más extendida fue la oral hasta hace apenas dos siglos, ya que «este gran cambio de la poesía oral a la escrita producido en el siglo XIX es debido, en parte, a que con el romanticismo se intensifica el valor de la intimidad (…) y del lirismo íntimo[5]», privilegiando la visión personal del autor frente a la obra colectiva. La poesía oral era entendida como intercambio, acto colectivo, no tanto como expresión propia y limitada del autor.
Este hecho es muy interesante, pues tiene ramificaciones en otros ámbitos que alcanzan, incluso, al cómo se distribuye el «producto cultural» y que veremos más adelante en este trabajo, ya que la publicación o manifestación del poema configura inevitablemente su difusión y la recepción por parte de la audiencia/los lectores.
Es muy interesante también que entendamos la poesía oral como «poesía primaria», inicial, porque por la deformación de lo conocido parece que lo normal, lo primario, es la poesía escrita y publicada. Y en cuanto al tipo de manifestación que supone la poesía oral que trataremos en este trabajo, estaríamos hablando del segundo tipo de oralidad según la clasificación que Paul Zumthor hizo en su libro Introducción a la poesía oral[6]:
existen tres tipos de oralidad teniendo en cuenta el papel que juegan las influencias culturales: la oralidad pura, sin ningún tipo de contacto con la escritura, propia de las sociedades arcaicas, primitivas, desaparecidas hace tiempo; la oralidad mixta o secundaria, en la cual hay contacto con la escritura y con los medios de comunicación, de manera que este hecho la condiciona y matiza; y la oralidad mediatizada, donde la voz, el lenguaje, pasa a ser un vehículo exterior técnicamente moldeado por los medios. La voz, en todas las manifestaciones de la oralidad, se convierte en una característica esencial: la voz como vehículo expresivo, como objeto comunicador; el tono de la voz, la fuerza, las melodías, las imitaciones. Y esta voz va acompañada de los gestos, las miradas, los movimientos, de suma importancia cuando hablamos de oralidad.
[1] Martínez Cantón, Clara Isabel. El auge de la nueva poesía oral. El caso del poetry slam. Castilla. Estudios de Literatura 3, 2012, p. 387.
[2] Carbajosa, Natalia. Oralidad, jazz y poesía, Jot Down, 21-09-2016. Enlace disponible en: http://www.jotdown.es/2016/09/oralidad-jazz-poesia-ruth-weiss/
[3] Diringer, David. Writing (Ancient Peoples and Places), Thames & Hudson, 1962, p. 19.
[4] Platón. Obras completas Tomo 2, Madrid, edición de Patricio de Azcárate, 1871, p. 340-341. Online en: http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf02257.pdf
[5] Martínez Cantón, Clara Isabel. 2012.
[6] Zumthor, Paul. Introducción a la poesía oral, Madrid, Taurus Humanidades, 1991.
¡Mamá, salgo en Radio 3!
Me han hecho una entrevista en el programa Todos somos sospechosos, de Radio 3, con Ale Oseguera y Laura González. Hablamos sobre el fenómeno de los micros abiertos y otras variedades de poesía que trato en mi libro Convivir poesía, Conbeber poesía.
Aquí tenéis el programa:
https://www.rtve.es/play/audios/todos-somos-sospechosos/
¿Qué es eso de la poesía oral y las #jamsession?No te preocupes, Luis Antonio de Villena, Antonio Díez y Juan Bonilla, entre otros, te lo cuentan:
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Esta es la cubierta de la crónica-investigación-ensayo sobre el acto de subirse a un escenario a leer poemas/abrirse el pecho/hacerse fotitos para las redes sociales.
La poesía oral, la jam session, el arte performativo y la cultura del espectáculo, todo metidito en este libro.
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Se ha salvado. El lector que tenga en sus manos este libro de Jorge García Torrego se va a encontrar con un poeta que se ha salvado tanto del preciosismo retórico como de la pobreza expresiva, lo mismo de la poesía que desprecia la claridad en el significado como de la que renuncia a las fuerzas del idioma. Ya en el mismo primer verso del libro,
En la muerte se deshacen las vidas como aspirinas sagradas
se propone de manera palmaria la técnica que va a ir desarrollando en el resto del poemario, una técnica que consiste en utilizar las metáforas no para decorar o sustituir
sino para iluminar lo que quiere decirse. En este caso que pongo de ejemplo, la unión de dos elementos en apariencia tan disímiles como muerte y aspirina nos alumbra una manera nueva de muerte que se sitúa tan lejana de la descripción estricta como de la imagen extravagante, porque García Torrego, que rehúye tanto lo informativo como lo abstracto o alucinado, no nos cuenta las cosas sino que muchas veces las crea, y eso le basta para ser entre los nuestros un poeta que se ha salvado. Pero antes de nada quizá deba aclarar qué entiendo por los nuestros. Y de qué tenía que salvarse.
Los nuestros
Nosotros pertenecemos a una generación de poetas que llegó al Bukowski Club entre 2006 y 2012 y cuyos integrantes, herederos en algunos rasgos de los antiguos cazurros o juglares de la Edad Media, nos hemos beneficiado de la aparición de Internet y las redes sociales para llegar con facilidad al público. Una de las características principales de casi todos nosotros es que no dominamos o incluso rechazamos la mayor parte del edificio métrico o la tradición poética en español, bien porque nos parece demasiado formal o cursi o restrictiva, o bien porque la manera de enseñar poesía en la escuela nos hizo echar a
correr como el lobo de La Fontaine, que sigue corriendo todavía.
Así fue. La poesía del siglo de oro no nos interesaba por sus formas antiguas y la de la edad moderna, con las golondrinas de Bécquer, la espina de Machado, los gitanos de Lorca, los malvas de Juan Ramón Jiménez, la mar de Alberti, el río Duero de Gerardo Diego o la
princesa tristona de Rubén Darío, nos parecía una tomadura de pelo o una colección de pamplinas. No digo que esta poesía sea mala sino subrayo que no conectaba
entonces con aquellos chicos de doce años con urgencias por hacerse mayores; que era demasiado exquisita y artificial para esas edades de los primeros cigarros y los primeros tacos, cuando bebíamos los primeros calimochos y empezábamos a mirar al otro sexo de manera distinta. Incluso nos repelía. Buscábamos algo más duro. Más auténtico. Seguramente habría sido distinto si nos hubieran mostrado a su debido tiempo la parte tigre o sorprendente de la poesía moderna en español, como el Poeta Nueva York de Lorca, el Sobre los ángeles de Alberti, el España en el corazón de Neruda, la Rosalía de Cantares gallegos, el Hijos de la ira de Dámaso Alonso, el Otero más político, el Vallejo de Poemas humanos, el Darío metafísico o el Juan Ramón Jiménez tardío, pero esos poemas no los descubrimos con un mínimo de detenimiento hasta segundo de BUP, ya con 16 años, y
siempre con la obligación de tener que hacerles el “análisis morfosintáctico”. Por otra parte, la lección de los historiadores antiguos (pienso en Herodoto, Suetonio, Tácito, Plutarco o Diógenes Laercio), que aderezaban el rigor histórico con la anécdota y el chisme más sabroso, parece haberse olvidado y la presentación que se nos hizo de los poetas españoles era poco menos que la de unos santos con catecismo y aureola. En las escuelas
españolas, al menos en las de antes, nadie te decía que fray Luis de León era un hombre de 1’55 con un temperamento de mucho cuidado, o que Juan de Yepes se comió literalmente los documentos comprometedores cuando fueron a detenerle los frailes calzados, o que
Teresa de Ávila era acusada de prostituir jovencitas, o que Lope de Vega iba amontonando esposas, amantes e hijos; o que Quevedo era cojo, misógino y xenófobo, o que Antonio Machado tenía relaciones sexuales con una niña (Leonor) de catorce años, o que Pedro Salinas debe sus poemas de amor a una infidelidad, o que los del 27 utilizaban la Residencia de Estudiantes para tareas tan instructivas como organizar concursos de pedos para
apagar velas. No. Nuestra clase de literatura consistía en un temario beato donde te enseñaban poemas fríos y perfectos escritos por poetas que nunca jamás desobedecieron
a sus padres. Y claro.
De ahí que se haya abierto una zanja entre los poetas de otras generaciones y nosotros. Mientras que ellos buscaban poetas apolíneos de tradición española, nosotros leíamos a los intempestivos en (malas) traducciones extranjeras; mientras ellos cultivaban un oído silábicoacentual, el nuestro era sintáctico y colindante con la prosa; mientras ellos hicieron sus primeras armas leyendo la Segunda Antolojía juanramoniana, nosotros buscábamos
a Blake, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Artaud, Ginsberg, Kerouac, Corso, Brecht, Bukowski, Pizarnik, Sexton, Benedetti, Lizano, Parra o Leopoldo María Panero, porque era en éstos donde encontrábamos esa poesía callejera, dura, cortante, a veces crítica,
a veces transgresora, a veces vandálica, escrita por locos, rebeldes, borrachos, inadaptados o personas con el cerebro a-punto-de-romperse. Buscábamos una poesía real
e intensa. Una poesía de los colmos.
Y de unos extremos pasamos a otros. De una poesía eufónica que para leerla había que quitarle primero el plástico, pasamos a hacer otra que de tan sencilla caía muchas
veces en simplona. De usar las setecientas palabras más difíciles del diccionario, todas de hipsípila para arriba, pasamos a usar las setecientas más fáciles, todas de cerveza
para abajo. Pasamos de lo virginal y sublimatorio a lo arrítmico y pornográfico. No quiero decir con esto que haya estilos de poesía que sean mejores que otros. No. Y mucho menos quiero denunciar a la poesía narrativa de corte realista, que ha dado y sigue dando en los bares de Madrid algunos poetas estupendos, tanto en su vertiente oral como en la escrita. Pero cuando acudes a una jam session y te encuentras que, siguiendo la naturaleza imitativa del ser humano, el 90% de los poetas que recitan no se atreven nunca a romper la sintaxis, tienen miedo a las miedáforas y piensan que las imágenes son cosa de Instagram, te dices: aquí hay un problema. Y cuando te das cuenta de que por cada poeta decente que sale en esta línea surgen diez que no solo son deplorables sino una palabra más grave que todavía está por inventarse, te dices: aquí hay un problema grande. Y justo de ese riesgo es del que hablo. El riesgo del que hay que salvarse.
Cercanías
Y García Torrego se salvó, claro. Comenzó como todos: lo recuerdo viniendo a las sesiones de crítica feroz del bar Dinosaurio con unos poemas sociales meramente contenidistas, ausentes de veneno y lirismo, que fue abandonando a medida que acumulaba lecturas y empezaba a frecuentar a otros poetas lejanos al circuito de los bares, detalle este inusual en la mayoría de los poetas. Al poco tiempo comenzó a aparecer con poemas donde ya
hacía esguinces al idioma, como apuntándose a aquella definición de Jacobson según la cual la literatura es una violencia organizada que se hace sobre el lenguaje ordinario, y ya en 2014 publicó Ojo y ventana (Canalla Ediciones), donde se vislumbran embrionarias todas las maneras de decir que salen ampliadas y mejoradas en Cercanías. Cercanías está estructurado en seis partes, las tres últimas sobre los vaivenes del amor, y trae de novedad con el poemario anterior, además de la mejora en la carrocería de los poemas, la estructura más firme y la visión más profunda. Esto de la visión me parece muy importante y es un elemento que echo en falta en la mayoría de los poetas actuales. Cuando hablo de visión hablo de sustancia. En efecto, aparte de las maneras de decir, ¿qué proyecto de existencia me propone el poemario, si es que tiene alguno? ¿Qué raíces guarda con el pasado? ¿Con qué otras disciplinas establece conversación? ¿A cuántas capas de lo humano afecta?
La clave la da el propio nombre, Cercanías. Parece decirnos JGT que todo en este mundo, lo mismo lo físico que lo metafísico, la amistad que el amor, el trabajo o la política, Miraflores que Torrelaguna, Madrid o España o el planeta Tierra, en el momento en que uno se preocupa por ellos y los quiere, se convierten en cercanía. Y es el ojo del poeta, el de cada uno, el que elije lo que es cercano de una forma discriminadora y asimétrica, basada sobre todo en criterios de amor y justicia. Por eso el poeta se refiere de forma negativa al capitalismo oa la patria, a los mandamases o a los explotadores, a los que encuentra lejanos, y en cambio encuentra cercanos a los inmigrantes porque, como dice en el epígrafe de un poema: “mirarse en los ojos de otro / que no conoces /que no conocerás nunca / y saber que es tu hermano, / que siempre lo ha sido”. Parafraseando y negando a Nietzsche, podríamos decir que JGT siente el bien más acá. Y el mal más allá.
Consigue así un poemario donde el pluralismo es a la vez monismo, con vasos comunicantes que desembocan en una unidad de la que se extraen varias consecuencias, pues nos está diciendo García Torrego que, en puridad, no existe una división entre lo público y lo privado o entre lo barrional, lo nacional y lo universal, lo mismo que no existen diferencias esenciales entre la familia, el amigo, la novia o el trabajador de Indochina, y que el único dualismo existente es, en todo caso, el que se establece entre los que tratan de vivir y los inicuos y depredadores que no nos dejan vivir, sean de donde sean, ocupen la categoría que ocupen. Y logra esto utilizando un lenguaje que marca distancias tanto con los que elevan el registro poemático porque desprecian al lector como con los que lo rebajan tanto que parece que lo toman por tonto. JGT rompe la sintaxis, utiliza metáforas audaces y asociaciones insólitas, adjetiva sustantivos y sustantiva adjetivos, pero siempre lo hace a la luz y con los pies en el suelo: puede torcer y retorcer el lenguaje pero nunca al punto de hacer dificultoso su significado.
Vivíamos dudando entre el violín y el tambor cuando llegó Jorge García Torrego. Allí donde empezaba a sonarlo mismo se puso a sonar distinto. En Cercanías se acaba el enfrentamiento entre la ilustración y el romanticismo y la polémica entre Lukács y Brecht deja de tener sentido. Este poeta no se ha entregado por entero ni a la res ni ala verba de Horacio y ha preferido aunarlas con maestría. Lo ha conseguido y por eso sostengo que se ha salvado. Se ha salvado el poeta y se ha salvado la poesía.
Batania