Ahora

La pobreza de mis profesores:

sus gafas rotas y arregladas tantas veces,

su garganta seca por alzar la voz,

o su ropa hecha para durar,

se convierte en liturgia,

de algo fuerte y necesario

y que yo expulsaba.

Ahora entiendo por qué,

pese a todo,

aguantaban los lunes,

los salarios bajos,

las noches corrigiendo exámenes.

Ahora, después de tanto molestarles,

ahora,

por fin,

me quedo callado y escucho.

Espero que no sea demasiado tarde.

6

Yo no puedo asegurar la fotografía del tiempo, ni aplastar su viscosidad con los dedos, pero si el tiempo fuera un animal sería una boca de caballo con hambre azul y al galope.

Si el tiempo fuera una pared, una pausa sobre la tierra, entonces será un mapamundi de grietas pero también un museo de espaldas, una corteza viva sin árbol.

Digo que yo no puedo identificar al tiempo, untar su lomo de presente, pero sí que puedo hablar de mi tiempo, porque mi tiempo es el vértigo por un calor que se enfría, la aparición de la cara, que una aprendiz de esqueleto pero también la aprendiz eterna de la risa bajo un acordeón de arrugas y miedo.

Pero un tiempo también es una mano tendida hacia el amor, como el primer paso del puente sobre la nada o la primera saliva del deseo.

(más poemas aquí: https://jorgegarciatorrego.com/poemas/)

Reimpresión de la 2ª edición de El despertador de Sísifo

Me acaba de llegar a casa la reimpresión de la 2ª edición de El despertador de Sísifo, con prólogo de Alberto García Teresa. Un poemario que salió en 2018, en Lastura y que aún genera interés por aquí y por allá. Un libro sobre el trabajo, la explotación, Camus…

Si quieres, puedes pedírmelo a

https://jorgegarciatorrego.com/el-despertador-de-sisifo/


o a la editorial:

Pensar y pensar, escribir y escribir: Sobre el curso Pensar el poema, de Azahara Alonso


Hace un par de semanas comenté con un amigo lo importante que es tener una buena rutina semanal. Que el lunes sea piadoso, que el martes no te machaque demasiado: que Sísifo no solo arrastre la piedra sino que también pueda tumbarse a la bartola un rato. Sin culpa. Sin prisa. Que pueda usar la cabeza para pensar además de para decir sí. Que pueda usar los músculos para meter canastas, por ejemplo, además de para arrastrar el cuerpo por la jornada laboral, de la cama al escritorio, del escritorio a la cama.

Afortunadamente, el año pasado descubrí los cursos del Centro de poesía José Hierro. Hace tiempo que el impulso poético no sale tan potente como hace años y por eso pensé en inscribirme en algún curso de poesía para poder mantenerme en forma con las palabras, para recibir nuevos aires, escuchar voces de compañeros que estuvieran en búsqueda, compartir esa pasión, aprender con los demás, descubrir a nuevos poetas.

El curso se llamaba Pensar el poema, estaba dirigido por Azahara Alonso, y duró todo el curso académico, de octubre a junio. El curso consistía en unas lecciones de poesía y filosofía sobre diferentes conceptos que dan que pensar y dan que escribir (el trabajo, el tiempo, la muerte, etc.) . Porque precisamente en eso consistía el curso, recibir contenido teórico y práctico para que luego, después de darle vueltas y vueltas a la pecera de las ideas y de la escritura, pudieramos pesar algún poema abisal para compartirlo en clase. Sorprendidos, temerosos e ilusionados por nuestro descubrimiento, porque en la mayoría de los casos (así lo veo yo), existe cierta inconsciencia en esta escritura poético/filosófica.

En este curso, además de unos compañeros talentosos y humildes, estaba la profesora, que supo cómo nutrirnos con las lecciones para que nos sintiéramos motivados para hacer poemas diferentes a los que solemos hacer, para poder salirnos de la escritura cómoda en la que los años de escritura nos han ido hundiendo. De hecho, en junio de 2022 terminé un poemario muy influido por los temas que tratamos en clase y que saldrá en algún momento a la luz (espero).

Este año 2022 he vuelto a apuntarme al curso porque, como decía al principio de este texto, es muy importante moldear la semana a nuestro antojo antes de que seamos moldeados por ella. Este año, mantener hábitos saludables para nuestro cerebro como escribir poesía o sumergirse en las teorías de Kant, Nietzsche o Bachelard, nos mantendrán en forma para que la suciedad de este mundo no nos lleve por delante. O al menos que tengamos una barricada de palabras para hacerla frente.

Reseña de «El mundo feliz: una apología de la vida falsa», en Killed by trend

Nacido en el año 86, me he comido, como vosotros, unas cuantas distopías, tanto en papel como en imágenes, sobre la lucha de la humanidad frente al poder. Ya sabéis, MatrixUn mundo feliz1984…, relatos en los que un humano, EL HUMANO, a modo de iluminado de La Caverna de Platón, sale de la cueva, de la opresión, para descubrir la verdad y dar la turra a todos los que siguen ahí metidos viendo Telecinco en su pantalla plana o haciendo scroll hasta el inframundo en su Instagram.

Además, a esta lucha por la verdad y contra el poder, se ha unido en las últimas décadas la tecnología, los robots, en definitiva, la técnica al servicio del mal. Y esta capacidad que tenemos los humanos de producir máquinas –que es consustancial al ser humano ya que somos una especie «que crea cosas» y a través de esa creación evolucionamos y pudimos crear civilizaciones–, tiene el lado oscuro del no poder controlar ni entender en última instancia nuestra creación. Como doctores Frankestein perseguidos por su avidez de conocimiento. Y ese miedo, esa pulsión hacia lo desconocido, también guio a los mecanoclastas y luditas del siglo XIX, con su Capitán Swing a la cabeza, a romper los telares que les quitaban el pan de la boca. Lo decía bien clarito Samuel Butler en Destruyamos las máquinas:

«Llegará el día en el que las máquinas tomarán el mando efectivo sobre el mundo y sus habitantes. Mi opinión es que debemos proclamarle de inmediato la guerra a muerte. Toda máquina de cualquier tipo debe ser destruida por aquellos que deseen el bienestar de su especie».

(…)

Sigue leyendo pinchando en la imagen:

Los mapas y tú



Somos la entraña de los mapas,
el látigo eléctrico y repetido que se ve desde los aviones,
apenas un banco de estímulos chocando contra las paredes de lo posible.

Somos las tripas de los mapas que horadan la presencia,
las fibras de celulosa que consultan su minúscula sombra en los estanques y sienten un chasquido en el pecho,
la debilidad afilada sobre los acantilados eternos de la muerte.

Somos el sótano de los mapas pero también el pequeño motor que los cambia y los contamina de acero, polvo y huesos.

Una pequeña reflexión sobre el libro Hermana muerte, de Thomas Wolfe (prereseña)

Estoy leyendo el libro Hermana muerte, de Thomas Wolfe, y publicado por Periférica (muy bien editado, por cierto, como siempre) y he caído en reflexionar sobre una visión que me ha llamado la atención. El libro –que aún no he terminado– muestra al individuo, frágil, mortal y momentáneo frente al monstruo de la ciudad, ese gigante ciego y poderoso que aplasta a las células sensibles que lo habitan sin piedad.
Hermana muerte está publicado originalmente en 1968, en su versión en inglés y en España en 2014 mucho más tarde. El caso es que hay una apreciación, una descripción, que me ha llamado la atención.
Yo nací en el año 1986 y llevo toda la vida leyendo novelas de ciencia ficción y/o políticas que buscan la redención del individuo frente al gigante sociedad, frente al gigante trabajo o al gigante Estado. esta dualidad que he podido ver en obras como Un mundo feliz, Momo, 1984 o V de Vendetta hablan de una persona, un individuo singularísimo y único, que consigue con su rebeldía emancipar al todos. La base de la distopía, su tensión argumental, afilada como un arco.

Y en el libro que me ha traído aquí, delante del ordenador en esta tarde de infierno de junio de 2022, cuando podría estar tomando un helado o bañándome en un río es expresar mi curiosidad, que llega a malestar, incluso, por saber qué opinaban aquellos que no se rebelaban, que seguían el camino marcado, que no destacaban. Porque ser héroe es muy cansado, hay cierto malditismo en aquel que no puede quedarse callado y no deja ninguna injusticia por denunciar. Porque los héroes son una centella, no tienen ni tendrán nunca rutina, pero, por eso, más allá de los héroes, ¿qué pensaban aquellos que no se rebelaban?, ¿Se pueden sus pensamientos, sus sensaciones, en las novelas o contenidos culturales de los años 50, paradigma del cartonpiedrismo social? Creo que no.

Creo que, al menos en mi caso, que ya tengo 35 años, que ya he probado a llevar la antorcha del heroísmo de la verdad, con su fatiga y su fuego, y que ahora ya no. Que ya no me movilizo, que hace meses que dejo de pagar la cuota del sindicato, que ya no. Que, como me dijo un amigo hace poco, «has pasado de pagar la cuota de la CNT a pagar la suscripción a Netflix». Por eso me gustaría saber qué pensaban aquellos que se acomodaban, que no querían líos, que miraban a otro lado. Cómo se justificaban sus vidas, cómo no temían la muerte y azar perverso. Cómo dejaron de querer ser héroes, en qué lugar, cómo y cuándo decidieron rendirse. Y por qué me parezco tanto a ellos.

–¿Y qué pasa, que no vas a contar nada más del libro?
–¿Te parece poco lo que acabo de contar? De todos modos, llevo 30 páginas… cuando lo acabe podré contaros…o no.

UN VERANO, UN AQUÍ (Agosto 2021)

El sol y la chicharra del ahora,
Imperios nómadas de quita y pon.
Territorio: mundo sin cartabón,
fértil esta paz de calma cantora.

Todo aquello,tiempo que no perdí
(refugios, kilómetros y canciones),/
de aquel disfrute de vacaciones,
de islotes, birra y playas junto a ti.

Restos de felicidad en un cuenco,
juntar salivas y caminos de sal,
ser presentes; huir de lo cruento.

Quedarán las fotos ciegas en el mar/
puñado de lo que vibró un tiempo,/
eco de dos que cosieron un cantar.

(Soneto inédito y a vuelapluma, como un armar la tienda en mitad de la hoja en blanco ⛺️📒)

Cultivar el vacío, Cercanías (2016)

Desnudos de Dios y su canción enferma como lluvia de abejas.
Destruimos las instrucciones del misterio sagrado y no es fácil construir un mapa.
El bien y el mal son un trabajo del colegio de tu hijo,
cosas de niños,
ideas impecables e inútiles.

Dios es el silencio a todas nuestras preguntas,
el frontón donde chocamos de cabeza,
una rotonda sin salida.

Nosotros somos la sagrada humanidad despertando de la siesta y encontrando sangre entre las sábanas.
Encontrando hermanos muertos y la gravedad vertical de la herida,
tumores negros como magnolias infectadas,
la resaca de nuestro intento de olvidarlo todo y volver al aullido,
no conocer el frío de la soledad.

No tenemos tiempo, ya es casi tarde,
en las esquirlas de la felicidad encontramos a Dios,
el sabor intermitente en la lengua,
hacer pie un segundo,
y seguir preguntando.

hace 12 años

En la película de Julio Medem, Los amantes del Círculo polar ártico, hay una escena en que Ana, (Najwa Nimri), espera a Otto (Fele Martínez) sentada en una silla, enfrente de un lago a las afueras de Rovaniemi, en Finlandia. En pleno Círculo polar ártico. Y es entonces cuando el sol de la medianoche baila en el horizonte y no llega nunca la oscuridad.

Cuando vi esta película, Laponia era un lugar extraño, poético, en medio de la nada. Y a través de ella, de las relaciones de sus protagonistas, en mi cabeza se formó otra imagen, pero también poética, extraña, donde se podría esperar cualquier milagro. Y yo también quería esperar un milagro.

En mi caso, no fue Rovaniemi sino la ciudad sueca de Jokkmokk, a siete kilómetros de la línea invisible del Círculo polar ártico. Es diecinueve de mayo y el pueblo está muerto. Los hostales, vacíos, apenas esperan tu llegada. Todo el mundo dice que es la peor fecha para viajar a Laponia, o más correctamente, a Sapmi, el territorio donde viven los samis, pero quizá sea la mejor para encontrar silencio y lugares salvajes sin oír a algún compatriota espetar un, joder, ¿Aquí vive Papa Noel, no?, o sin que haya una marabunta de turistas en busca de trineos de perros y hoteles de hielo.

Jokkmokk es un pueblo hecho a lo ancho, sin problemas de espacio. Las casas se dejan respirar unas a otras y las calles son largas y vacías. Visito el museo sami, uno de los más importantes de esta nación, y conozco su manera de vivir. Me doy cuenta de su respeto por la naturaleza, sus costumbres, cómo sobreviven al frío y a los animales, y también descubro como los suecos, los noruegos, los fineses y los rusos han ido minando su población y sus recursos hasta condenarles a abandonar el nomadismo y adaptarse a la manera de vivir de estos países. Los países nórdicos, son muy respetuosos con las otras culturas y con el medio ambiente, pero incluso ellos también tienen cosas de qué avergonzarse.

Y después de desinflar el mito verde y tolerante de los nórdicos, me lanzo a la carretera a buscar algo invisible; el Círculo polar ártico, a siete kilómetros al sur de la ciudad. Como en esta época no hay apenas turistas, no hay medio motorizado salvo el taxi que me pueda llevar hasta allí. No me gustan los taxis en Suecia, debe ser por el precio, así que decido ir andando y haciendo autoestop esperando que alguien me lleve. Siete kilómetros parece poco, ¿no? En una media hora seguro que estoy ahí. Además, seguro que me coge alguien antes…

La carretera es un corte negro de alquitrán en medio de verde y azul. Los bosques y los lagos son mayoría en casi toda Suecia, y aquí arriba, donde apenas vive gente todo el año, dominan casi todo el terreno. Aunque los paisajes son espectaculares, andar por carretera siempre es bastante pesado. Los pocos coches que pasan silbando a tu lado, te recuerdan que aquí arriba también hay civilización aunque a ninguno le de la gana de parar para llevarte unos pocos kilómetros. Sigo andando, pensando sin parar cuantos kilómetros llevaré, a qué velocidad anda una persona, qué hacen los peces de los lagos cuando se congelan, y así sigo con mis divagaciones hasta que veo, a unos veinte metros, un rebaño de renos que cruza la carretera. Y se quedan parados. Y me miran.

Y yo, como lo más parecido que he visto a unos renos han sido las vacas de mi pueblo, me quedo parado también. Por si acaso. Los renos, cuando llevan a Papa Noel de un lado para otro, parecen muy majos, pero cuando te encuentras siete u ocho en medio de la carretera, a “tiro de embestida”, pues da un poco de miedo, la verdad. Afortunadamente, tras mirarnos un rato más, uno de ellos vuelve al bosque y el resto le sigue. Menos mal, ya puedo seguir.

Después de una hora y media viendo paisajes increíbles, llego al Círculo. Y en el Círculo polar ártico, encuentro una fila de piedras pintadas de color blanco que indican la línea imaginaria, un cartel, unos baños, y un chiringuito cerrado. Como un idiota, me hago la foto obligada y me siento en una de las piedras a esperar a Anna, a Otto, o la vuelta de los renos. No viene ninguno, y solamente para una furgoneta llena de alemanes que quieren ir al baño. El Círculo polar ártico es un desierto, joder. Pero me gusta que no haya nadie.

Acostumbrado a la rutina de luces y espectáculo, donde cualquier evento necesita neones, flyers o publicidad para ser visto, encontrar un lugar autosuficiente y especial por sí mismo es una sorpresa. Incluso en el fin del mundo. Creyendo haber encontrado mi milagro particular, vuelvo a la ciudad. El viaje de vuelta se hace más corto y los pájaros que no dejan de gritar y hacer cabriolas me parecen el mejor espectáculo del mundo.

Naturaleza poética, libro colectivo

Participar en esta Naturaleza poética, bosque de letras imaginando por Miguel Ángel Vázquez / La imprenta, me ha hecho mucha ilusión. No solo por todos los grandes poetas con los que comparto ramas y hojas, sino por la savia del libro: La naturaleza.

El concepto de esta antología pone el acento en un tema olvidado por la poesía. Porque el mundo natural no solo está «para ir de puente o de vacaciones» sino que es la base de todo tipo de vida, incluso, fíjate, la humana❗️.
Y reflexionar sobre ello nos alimenta a todos 🌱🌿🌳

Aquí tienes el enlace para comprar el libro: https://asociacion-la-imprenta-estrategias-y-artefactos-cultura.sumup.link/producto/naturaleza-poetica-5

Poema «En la tiranía de los ojos abiertos en la noche»

como el que es alegre y vencido por el amor,
Juan Carlos Mestre


En la tiranía de los ojos abiertos en la noche,
en el imperio feliz de tu cuerpo por sembrar de ahoras,
en la muchedumbre que nos habita,
en el jolgorio del amor cruzando tus patas y mis patas el asfalto de la monotonía vencido por la ternura de nuestras raíces,
en el pálpito de nuestros troncos antes del brote de la rama nueva,
una confesión,
un secreto de niños torpes y silenciosos.

Allí,
en ese aparecer bajo la bruma te encuentro,
allí,
en el cruce donde pasamos a la acera de los conocidos,
en la acera del mirarse a los ojos,
en la acera donde un cuerpo es tan solo un pedazo de pan donde encontrarnos.

(En el libro Hogar, 2020:

Vidas a la intemperie, de Marc Badal

Vidas a la intemperie,

Marc Badal

Pepitas de Calabaza

Precio: 17 €

Enlace para más información:

https://www.pepitas.net/libro/vidas-a-la-intemperie

Una de las evidencias que resaltó la pandemia fue la necesidad que tenemos de lo cercano. Planeó la amenaza del desabastecimiento sobre nuestras cabezas mientras nos quedábamos pegados a una pantalla, a dos o a tres, y el mundo en pausa. Sin embargo, los productos necesarios, como un milagro, siguieron llegando a las tiendas. Porque vivimos en las ciudades y en los países del primer mundo, pero nos alimentamos y vivimos de lo que se produce en los terceros mundos, en un más allá, en las periferias, en lo que queda desenfocado, en la oscuridad.

Desde entonces, creo que somos muchos los que hemos reflexionado sobre la labor del alimentarse, que más que una labor debería ser un eje en cada gobierno del mundo y en cada persona. Sin embargo, cada vez está más deshabitada la idea del campesino, sus inquietudes, su hacer, los precios con los que nos alimenta y nos alimentamos.

Por eso, por ese creciente interés, el club de lectura Literatierra, de El Cuadrón, propuso en su última entrega que habláramos de este libro. Porque allí, en El Cuadrón, sí que viven y conocen de primera mano a qué velocidad crece la cebada, cuánto cuesta llenar el tractor o qué es un celemín.  

Pero mucho antes de que la pandemia saltara de los libros de ciencia ficción a nuestro día a día, en 2017 Pepitas de Calabaza y Cambalache publicaron este libro titulado Vidas a la Intemperie, Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino, de Marc Badal. En este libro, Badal pone el acento en la semilla, en el pan, en los planes económicos a gran escala y cómo han ido configurando (o no) a las clases campesinas.

En este libro Vidas a la Intemperie –que se lee casi sin darte cuenta, porque es ameno y no sigue una trocha clara, sino que va de aquí para allá, libremente, cogiendo y dejando temas– podemos ver la figura del campesino desde casi todas sus aristas: su perspectiva histórica, su lucha, silenciosa y silenciada, contra todo tipo de dominio e industrialización, desde sus maneras, sus habitares y su presencia en lo humano, en el paisaje y en sus utensilios. En definitiva, una panorámica sobre el campesino y su quehacer en este mundo tan digital y lejano que, sin embargo, aún sigue necesitando que se abone, se siembre, se riegue y se cultive la tierra. Y que se reconozca al campesino como se reconoce al profesor o al médico.

Los días del calendario se tachan con sangre, poema de Cercanías

y un poco más de belleza lisboeta para acompañar otro poema:

Me olvidará el músculo industrial del castillo,
no seré la leyenda sol y sombra de la cama ni tampoco revolución anaconda en el parque residencial de la ciudad.
No.
Nadie contará los dientes de mi felicidad y hará estatuas,
fuegos artificiales y letras.
No se acordará de mí el banquero sediento que cortó tanta cometa, pero en Chile hay una yugular que lleva
mi nombre y que no se entierra,
los pliegues de una piel buscarán el origen incienso de mis besos cuando mis labios sean serrín o acantilado y ningún tambor despertará a nadie de su siesta cuando yo me convierta en cardo o renacuajo, pero un niño verá mi calavera y pensará que es una caracola.

(De mi libro Cercanías, 2016, https://jorgegarciatorrego.com/cercanias/)

Paseo por los Jardines bárbaros de Alberto Rivas, publicado por Lastura

Aquellos jardines bárbaros

Alberto Rivas

Lastura

Precio: 12€

Enlace para más información:

https://lasturaediciones.com/product/aquellos-jardines-barbaros/

Vale, sí, ya no estamos tan mal, tan de interior. Ahora, aunque tengamos que llevar mascarilla, podemos salir a descubrir cómo de lejos quedan los horizontes, mancharnos las manos más allá de nuestro barrio o nuestro pueblo. Pero hubo un tiempo en el que los ojos se lanzaban hacia afuera pero no llegaban muy lejos. Lo llamamos confinamiento. Tuvimos pantallas, pantallas por todos los lados y algunos incluso visitamos libros para estirarnos.

Y también hubo un Alberto Rivas que, a diferencia de lo que hizo con sus libros anteriores El truco del arquitecto y Cartas a Gilgamesh, que fueron la construcción de un prisma del arte, la literatura y los mitos, un análisis de lo etéreo, en suma, en este Aquellos jardines bárbaros, el poeta acude a la frondosa compañía de las plantas para descubrir que, desde lo pequeño, se puede descubrir un mundo (o varios). Y nos invita. Y nos dice: «mira, mira, Jorge, mira cómo, mira qué, mira dónde». Y yo, y supongo que vosotros también, miro el cómo, miro el qué y miro el dónde que me indica Alberto. Y no solo. Luego me pierdo y entre nervios y enveses hago mi propio camino.

Con la mirada alimentada por la fraternidad de Whitman o Thoreau, Alberto Rivas nos muestra la riqueza y espontaneidad de lo verde, su verticalidad esperanzadora y tenaz, el delicado y necesario manjar de la luz. Al quedarnos quietos, al permanecer en un ámbito geográfico concreto, con materia orgánica y ciclos de tiempo que se suceden y se acumulan, ajenos a la electricidad y sus trampas, podemos ver y sentir la inevitabilidad ferocidad que supone estar vivo, ya seas azucena o humano.

Además, la excelente capacidad lírica que posee Alberto, mezcla de ceremonia y pincel:

Jazmines y geranios en los patios materia circense

en escalada, pequeño vals vienés entre tinajas,

miro mis plantas ante el desorden del recuerdo

como quien pregunta un espejo

por su matemática destreza para salvar el mundo

posee la capacidad de darle gravedad, sentido y emoción a destinos tan diferentes como, los ya citados geranios, pero también el cine, la familia o los selfies:

Los ciegos nos miran desde cámaras cerradas

cámaras ocultas en el barro,

preparan nupcias de bálsamo y espina,

entre tu cuerpo y mi cuerpo

para terminar el libro con un hormigueo de haber resuelto un enigma, una pregunta que no conocías.