(Esta publicación pertenece al libro Convivir poesía, conbeber poesía: El fenómeno de las jam sessions y la poesía oral en el Madrid del siglo XXI)
Para poder entender el concepto jam session debemos ir al origen, al concepto mismo de poesía oral. Antes de nada, debemos delimitar las diferencias que podemos encontrar entre esta poesía oral y la poesía escrita —y, por extensión, de su expresión oral y la escrita— y qué características tiene cada una de ellas y su evolución hasta el día de hoy.
Hay que tener en cuenta que el lenguaje es, en primer lugar, oral y después escrito. Aparte de nuestra propia experiencia personal (nosotros mismos como habladores/escuchadores, nosotros mismos como escribidores/lectores, en ambos casos codificadores/descifradores), solo cabe tener en cuenta el hecho de que, si el Homo sapiens tiene 40 000 años, la escritura tiene apenas 6 000. Por lo tanto, cuando hablamos de escritura, estamos hablando de una oralidad evolucionada, un paso más allá: «la lengua hablada y la signada son la manifestación básica o primaria del lenguaje, mientras que la lengua escrita (…) es secundaria[1]».
Además, en las sociedades anteriores a la escritura, el uso del verso recitado «suponía una manera colectiva de asumir el mundo: los textos recitados en voz alta no dejaban traslucir la separación entre palabras y todo era un continuum, incluida la identificación entre voz y cuerpo, del que el público participaba también como una única entidad[2]».
Pero la expresión oral tenía una tremenda limitación: no se mantenía en el tiempo. Al menos no de una manera física, objetiva y perdurable. El lenguaje oral permanecía en el imaginario colectivo gracias al intercambio de información entre los individuos de la comunidad, pero modificándose, cargándose de (y perdiendo) diferentes sentidos y significados.
Por ello se buscó fijar el lenguaje, hacerlo perdurable, homogenizarlo e inevitablemente limitarlo (en la escritura se pierden muchas características que enriquecen un mensaje, dado su carácter unificador y utilitario). La aparición de códigos de escritura sistemáticos «representó un inmenso paso adelante en la historia de la humanidad, más profundo a su modo que el descubrimiento del fuego o de la rueda: porque si bien estos últimos facilitaron al hombre el dominio de su medio ambiente, la escritura ha sido la base del desarrollo de su conciencia y de su intelecto, de su comprensión de sí mismo y del mundo que lo rodea[3]».
Pero este avance, pese a la importancia que le otorga Diringer, no contó con unanimidad desde sus inicios. De sobra es conocida la opinión de Sócrates (en boca de Platón) sobre este tema en los Diálogos de Fedro[4]:
Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque citando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.
En el caso de la poesía, pese a que existiera el lenguaje escrito, la modalidad más extendida fue la oral hasta hace apenas dos siglos, ya que «este gran cambio de la poesía oral a la escrita producido en el siglo XIX es debido, en parte, a que con el romanticismo se intensifica el valor de la intimidad (…) y del lirismo íntimo[5]», privilegiando la visión personal del autor frente a la obra colectiva. La poesía oral era entendida como intercambio, acto colectivo, no tanto como expresión propia y limitada del autor.
Este hecho es muy interesante, pues tiene ramificaciones en otros ámbitos que alcanzan, incluso, al cómo se distribuye el «producto cultural» y que veremos más adelante en este trabajo, ya que la publicación o manifestación del poema configura inevitablemente su difusión y la recepción por parte de la audiencia/los lectores.
Es muy interesante también que entendamos la poesía oral como «poesía primaria», inicial, porque por la deformación de lo conocido parece que lo normal, lo primario, es la poesía escrita y publicada. Y en cuanto al tipo de manifestación que supone la poesía oral que trataremos en este trabajo, estaríamos hablando del segundo tipo de oralidad según la clasificación que Paul Zumthor hizo en su libro Introducción a la poesía oral[6]:
existen tres tipos de oralidad teniendo en cuenta el papel que juegan las influencias culturales: la oralidad pura, sin ningún tipo de contacto con la escritura, propia de las sociedades arcaicas, primitivas, desaparecidas hace tiempo; la oralidad mixta o secundaria, en la cual hay contacto con la escritura y con los medios de comunicación, de manera que este hecho la condiciona y matiza; y la oralidad mediatizada, donde la voz, el lenguaje, pasa a ser un vehículo exterior técnicamente moldeado por los medios. La voz, en todas las manifestaciones de la oralidad, se convierte en una característica esencial: la voz como vehículo expresivo, como objeto comunicador; el tono de la voz, la fuerza, las melodías, las imitaciones. Y esta voz va acompañada de los gestos, las miradas, los movimientos, de suma importancia cuando hablamos de oralidad.
[1] Martínez Cantón, Clara Isabel. El auge de la nueva poesía oral. El caso del poetry slam. Castilla. Estudios de Literatura 3, 2012, p. 387.
[2] Carbajosa, Natalia. Oralidad, jazz y poesía, Jot Down, 21-09-2016. Enlace disponible en: http://www.jotdown.es/2016/09/oralidad-jazz-poesia-ruth-weiss/
[3] Diringer, David. Writing (Ancient Peoples and Places), Thames & Hudson, 1962, p. 19.
[4] Platón. Obras completas Tomo 2, Madrid, edición de Patricio de Azcárate, 1871, p. 340-341. Online en: http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf02257.pdf
[5] Martínez Cantón, Clara Isabel. 2012.
[6] Zumthor, Paul. Introducción a la poesía oral, Madrid, Taurus Humanidades, 1991.